Frases Oscuros. La Eternidad y Un Día

  –Pero, tras viajar por las Anunciadoras contigo y ver de verdad lo que significa este mundo, conocer a Daniel en Jerusalén, comprobar lo distinto que era Cam cuando estaba prometido... A lo mejor sí existe el amor verdadero.
Miles

Aquel era un miedo crudo y frágil cuya intensidad la hacía temblar.
Shelby


Los mortales rara vez identificaban sus propios sentimientos hasta que los tenían delante de las narices.
Roland

Les pasaba a muchas parejas que vivían bajo el resplandor de Daniel y Lucinda. Había visto otros casos antes. Daniel y Lucinda eran como insignias del romanticismo, ideales en los que todos los mortales y algunos inmortales necesitaban creer, aunque ellos no fueran capaces de establecer una conexión tan auténtica. Daniel y Lucinda eran la idea que determinaba el modo en que se enamoraba el resto del mundo.
Roland

Un romántico como Daniel diría que los caballeros nunca habían muerto del todo, claro que él tenía una compleja relación con el amor y la muerte.
Roland

  –Roland, amar significa no tener miedo de dejarse llevar, confiar en que voy a desear todo lo que tengas que ofrecerme. ¿Lo entiendes?
Rosaline

  –¡No me digas que no lo sabes! Bien, yo te lo diré. Ésta, Roland, es la verdad incuestionable sobre nuestra inmortalidad: que los mortales no la entienden. Les aterra. La devorará la idea de que ella envejecerá y morirá, tú seguirás siendo el mismo diablo joven y atlético que eres ahora.
Cam

Ojalá pudiera aplastar aquel recuerdo, y de paso aquel instante. Pero había ocurrido. Y el pasado no podía cambiarse.
Roland

Pensó en Lucinda y en Daniel, en su eterna devoción mutua. Ellos no huían de sus errores y, a lo largo de los siglos, habían cometido muchos. Volvían a cometerlos, los repetían, los revivían... hasta que algo había cambiado de pronto en esa última vida, cuando ella se había reencarnado en Lucinda Price. Algo la había hecho volver a su pasado para encontrar la salida a la maldición. Para que ella y Daniel pudieran estar juntos.
Siempre estarían juntos. Siempre se tendrían el uno al otro, pasara lo que pasase.
Roland

Roland había aprendido que las mujeres eran muy sentidas en lo tocante al amor. Ellas vivían el amor de formas que él jamás podría entender, como sí sus corazones dispusieran de más cámaras, inmensas, en las que el amor pudiera alojarse y no marcharse jamás.
Roland

La soledad ya era mala de por sí, pero se transformaba en un sentimiento horrible y desgarrador cuando se había conocido el amor.
Roland

A veces, en el amor, no todo era ganar, sino realizar sacrificios sabios y contar con el apoyo de amigos como Arriane. La amistad, observo Roland, era su verdadera forma de amor.
Roland

Sencillamente, nunca se habría imaginado que Tess la hiciera elegir.
Pero eso era lo que había hecho, y su elección era clara.
Aquel adiós era para siempre.
Arriane

Quizá Tess tenía razón: cuando a alguien se le había roto el corazón, no importaba con cuánto empeño la otra parte quisiera ayudar, seguramente no era la persona adecuada para curar la herida.
Arriane

Era la mayor de las paradojas: las almas se necesitan, pero también necesitaban no necesitarse.
Arriane

  –Nada que deba preocuparte querida. Daniel sólo tiene ojos para una joven en toda la creación. Me refiero a ti.
Bill

  –Hasta yo he amado y perdido a mi amor.
Bill

Llevaban bailando desde que el sol había besado el horizonte y las estrellas brillaban ya como armaduras en el cielo.
Luce

  –Siempre volveré a ti. Nada puede impedírmelo.
Daniel

Lucinda Price, en cambio, sabía que las peonías de blanco puro eran más que un regalo de San Valentín. Eran el símbolo del amor eterno de Daniel Grigori.
Luce

Pero algo había cambiado. Aquella no era la llama destructora que la extinguiría, que la había exiliado de otros cuerpos y hecho arder teatros enteros. Era el éxtasis cálido y cegador de besar a alguien a quien se ama de verdad, con quien se debe estar siempre. Y en aquel instante.
Luce

Quizá ya fuera lo bastante bueno estar enamorado.
Luce

Y, en ese instante , bajo las estrellas, los cuatro comprendieron algo sencillo: a veces el amor necesitaba un impulso de sus ángeles de la guarda para alzar los pies del suelo, pero, en cuanto empezaba a batir las alas, había que confiar en que sabría volar solo y levantarse hasta las mayores alturas concebibles, a los cielos, y más allá.
Miles, Shelby, Roland y Arriane


Me despido lector, que tengas unas maravillosas y mágicas lecturas.

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