Frases 23 Otoños Antes de Ti
Las tres reglas.
Primera: La paradoja. La vida es un misterio, no pierdas el tiempo
deduciéndola. Segunda: Humor. No pierdas su sentido, sobre todo en ti. Te dará
una fuerza colosal. Tercera: Cambio. No hay nada que perdure.
El
guerrero pacífico
Aunque solo tenía seis
años, nadie nunca fue a buscarla. Al principio, Harriet anheló que su padre lo
hiciese, que fuese hasta allí y la cogiese del brazo y la arrastrase de nuevo
hasta la casa mientras le pegaba la bronca. Eso le hubiese demostrado que le
importaba su seguridad. Pero, conforme fueron pasando los días, aceptó la
realidad. Su realidad. Y aprendió entonces a disfrutar de esos instantes de
soledad entre los frondosos árboles y sus inmensas y regordetas copas, que se
esforzaban por alcanzar el cielo grisáceo de Washington.
Harriet
Era perfecto. Inmejorable. Había algo retorcido en el hecho de que las hojas permaneciesen allí dentro, resguardadas e intactas, que lograba calmar la ansiedad que en ocasiones Harriet sentía en el pecho. Porque nadie podría dañar a esas hojas. No se perderían. Y, sí al final terminaban convirtiéndose en polvo, lo harían lentamente, y no porque la suela de un zapato las aplastase sin miramientos.
Harriet
A veces, Harriet
deseaba estar también en algún lugar parecido; seguro, agradable. Deseaba vivir
en su propio tarro de cristal.
Harriet
Soñaba… Harriet soñaba
tantas cosas…
Harriet
¿Y si nadie podía ver
nunca quién era ella realmente? ¿Y si nadie se molestaba jamás en arañar detrás
de las primeras capas para conocerla de verdad?
Harriet
Y pensó entonces que
quizás el deseo que había pedido al lanzar su farolillo, que alguien me
quiera de verdad, podía llegar a ser realidad algún día.
Harriet
–Lo importante es que te quiera yo, ¿no
crees?
–¿Y me quieres?
–Te quiero, Harriet.
–¿Y si tus padres te convencen de que puedes
conseguir a alguien mejor…?
–Tú eres lo mejor para mí. Ya lo sabes.
Harriet
& Eliott
Era consiente de que ni
siquiera había cumplido aún los dieciocho años y que quedarse embarazada había
sido un error garrafal que ambos deberían haber evitado, pero no podía dejar de
pensar en el bebé. No podía dejar de pensar en él y en el hecho de que lo
llevaba dentro de ella. Era su obligación cuidarlo, protegerlo.
Harriet
–Tienes que ser fuerte, Harriet. Las dos
sabemos que es algo que no vas a olvidar, pero aprenderás a vivir con ello, ¿me
oyes?
Angie
–Deja de insultarte a ti misma. Es normal que
pensase así, Harriet. Tu padre lleva años convenciéndote de que tu único
propósito en la vida es precisamente eso: conseguir un marido y cuidar de él. Y
no es cierto. Tú vales mucho más. No necesitas que ningún hombre te ponga un
anillo en el dedo –aseguró–. De hecho, espera. -Se quitó una de las múltiples
sortijas de plata que llevaba–. Dame la mano. Yo, Angie Flaning, te doy este
anillo, Harriet Gibson, como símbolo de nuestra amistad. Porque te quiero. Y
porque estoy orgullosa de ti. Prometo que, de ahora en adelante, cada vez que
considere que das un paso hacia delante, te regalaré un anillo. Hoy eres la
chica más valiente que conozco.
Angie
Ya había llorado
suficiente en vida por culpa de ese hombre que ahora descansaba bajo tierra, no
iba a seguir haciéndolo también después de su muerte.
Harriet
Aún recordaba esa
desesperación con la que pidió que alguien me quiera de verdad cuando
era solo una cría ilusa.
Harriet
–Sabemos que tu primera respuesta será un
rotundo no. Pero, como te conozco mejor de lo que a veces me conozco a mí
misma, también se que terminarás diciendo que sí.
Angie
Años atrás, cuando
todavía se permitía soñar despierta, había fantaseado con viajar a París, Roma,
Barcelona, Nueva York y mil lugares más. Descubrir rincones nuevos. Probar
sabores exóticos. Conocer costumbres diferentes. Tardó un tiempo en comprender
que no estaba destinada a ser una de esas mujeres aventureras que se cuelgan
una mochila a la espalda sin pensárselo dos veces.
Harriet
–Así que es tu noche libre, ¿y vas a
conformarte con putos? Espera, creo que puedo ayudarte. Mierda, imbécil,
gilipollas, cabrón, ¿polla está considerado un insulto? No, no veo qué tiene de
ofensivo. Hum. Pero sin duda mi preferido es joder -sonrió travieso-. Joder, en
todos los sentidos de la palabra.
–Ya había pillado a la primera por dónde iba
la cosa, pero gracias por la aclaración. Si me disculpas… tengo que irme.
Estaban muy cerca.
Demasiado. Harriet se balanceó un poco al intentar apartarse y terminó
apoyándose sobre aquellos hombros fuertes y firmes. Él la sujeto con delicadeza
e inspiró hondo.
–¿A qué coño hueles? ¿A vainilla?
–Mira, ese se te había olvidado.
–¿Coño? No, qué va. Pero siempre dejo algo de
reserva, no me gusta jugar todas las cartas en una sola tirada.
Harriet
& Luke
–¿Qué tengo que hacer para que seas un poco
más simpática?
–¿Desaparecer? –Se puso de puntillas para aliviar
el dolor en los talones–. ¿Conseguirme unas cómodas zapatillas?
–¡Hecho! Te traeré unas zapatillas a cambio
de una copa. –A él parecía divertirle el curso que había tomado la noche, como
si estuviese más que acostumbrado a manejar situaciones de aquel tipo–. ¿Qué
número calzas?
–¿Lo dices en serio?
–Joder, sí. Que me lo pongas más difícil solo
alimenta mi espíritu competitivo. ¿Treinta y siete? ¿Treinta y ocho…?
Harriet
& Luke
–Quédate aquí. Sé una abejita obediente.
Luke
Aunque a veces se
preguntaba un montón de ¿y si…?.
Dejaba volar la imaginación. Se perdía en ella misma. ¿Y si su madre nunca los
hubiese abandonado y Fred Gibson hubiese seguido siendo un padre medianamente
normal? ¿Y si hubiese evitado caer en las redes de Eliot? ¿Y si no hubiese
tenido que sentir la pérdida de ese bebé y pensar en él más a menudo de lo que
estaba dispuesta a reconocerse a sí misma? ¿Y si hubiese conseguido escapar de
Newhapton y recorrer el mundo y ser alguien interesante y perspicaz y especial,
el tipo de chica de la que los hombres se quedan prendados al oírlas hablar y
no al mirarlas andar?
Harriet
–Y tengo algo para ti. –Angie se separó de
ella y le tendió una pequeña bolsita azul–. Hace muchos años te di uno y te
prometí que cada vez que dieses un paso hacia delante te regalaría otro. Sigo
estando orgullosa de ti. Cada día eres más fuerte. Somos más fuertes.
Angie
Su existencia era como un lienzo
totalmente en blanco, sin pasado, sin presente ni futuro. Luke había esperado
que, al cumplir los veinticinco, se sentiría satisfecho al mirar atrás y
recordar todos los logros que habría ido acumulando a lo largo de su vida. Nada
más lejos de la realidad. Se sentía vacío, y alcanzar aquella cifra y el hecho
de ver cómo sus amigos seguían adelante tan solo había acentuado más su
desesperación.
Luke
Iba a decirle que antes era más majo. De
verdad que sí, antes lo era. Pero se había cansado de estar siempre de buen
humor y de poner una sonrisa cuando en realidad estaba enfadado con el mundo y
con la poca porción de suerte que le habían repartido. Ni siquiera le habían
dado un trozo del pastel, solo una puta migaja irrisoria.
Luke
–Si te parece tan aburrido este lugar, ¿por qué no vuelves a San
Francisco? Nadie te lo impide, y es evidente que lo estás deseando.
No pensaba contestar a eso, para empezar
porque ni siquiera él lo sabía. Luke chasqueó la lengua con fastidio y señaló
el teléfono móvil que todavía sostenía en la mano. Por suerte, había cobertura.
Era mejor que nada.
–¿Te importa? Tengo que hacer una llamada.
–Menuda excusa. –Puso los ojos en blanco–. Si no eres capaz de
responder, simplemente dilo y evita quedar como un idiota caprichoso.
Harriet
& Luke
–¿Y tenéis algún tipo de descuento para los maridos de las empleadas?
–¿Por qué eres tan idiota? ¿Algún patrocinador te da cinco dólares cada
vez que dices una estupidez o algo así? –La morena se llevó una mano a la
cadera y Harriet y Jamie no pudieron evitar reír por lo bajo.
–Ojalá. Siempre he querido ser millonario.
Angie
& Luke
Odiaba esa sensación de vacío al final
de una noche divertida, como si las risas, las conversaciones y los brindis
solo hubiesen sido un espejismo irreal.
Luke
Clavó los ojos en el techo y, antes de
quedarse dormido, pensó en su vida, en los fracasos, las decepciones y los
éxitos inalcanzables.
Luke
–¿Puedo probar una mierda de estas?
–Claro. –Le dio uno-. Y gracias por lo de mierda. Llevabas casi cinco minutos sin decir ningún taco y
empezaba a preocuparme que te ocurriera algo.
Harriet
& Luke
–¿Todo bien por aquí?
–Hasta que tú has llegado, sí –contestó Luke.
–Harriet, cielo, cuando fuiste a Las Vegas, te pedí que buscases a un
idiota integral, pero no pensé que fueses a seguir el consejo tan al pie de la
letra. –Ella rió mientras metía en la sartén una primera tanda de nachos.
–Lo de intentar ser gracioso no es lo tuyo –apuntó el aludido.
–Bueno, Luke, cuéntanos algo de ti –pidió Angie, zanjando así la
disputa.
–Me gustan los nachos muy crujientes, ¿te sirve eso?
Luke,
Angie & Jamie
Para cualquier otra persona, aquello
hubiese sido una tontería, pero no para Harriet. Había desarrollado una especie
de instinto protector que la mantenía alerta. No estaba acostumbrada a esa
proximidad y menos tratándose de un hombre. Además todavía no había decidido si
era de fiar y prefería ser cauta.
Harriet
Ella no era capaz de aprenderse un
dichoso mapa la mar de útil para ubicarse en el mundo y él retenía toda aquella
basura en su cabecita. La vida era injusta.
Harriet
Estaba cansada, sí. Pero tenía que
seguir. Debía hacerlo. La única dirección que podía tomar pasaba por la línea
recta que había trazado años atrás.
Harriet
Era extraño. Era extraño sentir una
especie de ¿conexión? Con una persona de la que no sabía absolutamente nada.
Harriet
Harriet suspiró, se dio la vuelta en la
cama, dándole la espalda a la ventana, y acarició los tres anillos de Angie que
llevaba en la mano izquierda. El primero se lo había dado a los diecisiete, en
la clínica. El segundo, cuando despertó con una resaca increíble en la
habitación de aquel hotel de Las Vegas. Y el tercero, el día que inauguró la
pastelería.
Harriet
Cuando sentía que no había logrado nada
en la vida, que era débil y poca cosa, que no era inteligente y no podía
ocuparse de un negocio ella sola…, cuando sentía todo aquello, hacía girar los
anillos sobre sus dedos y se recordaba a sí misma que podía. Por supuesto que
podía.
Harriet
Se había dado cuenta de que no se sentía
feliz en ninguna parte. El problema no era el clima, la dichosa ciudad en la
que se encontraba ni ningún factor externo.
El problema era él.
Luke
Una parte de él envidiaba a Harriet.
Porque ella tenía aquello que tanto echaba de menos: pasión por algo en
concreto.
Luke
Jason:
Al menos, podrías
molestarte en decirnos si sigues vivo.
Rachel:
Y coge el dichoso
teléfono. CÓGELO.
Mike:
¿Por qué sois tan
pesados? Dejadlo en paz. Estará tirándose a su esposa. O buscándose una nueva.
Lo que sea. Luke sabe lo que hace.
Rachel:
Mike, te estoy viendo
desde el sofá. Uno, deja de molestar a Mantequilla.
Y, dos, es patético que te rías de tus propias gracias. En serio.
Mike:
Pecosa, este gato me
ama tanto como tú.
Rachel:
No recuerdo haber dicho
jamás algo así.
Mike:
Pero todos sabemos que
lo haces. Te resulto adorable.
Jason:
Había iniciado esta
conversación para averiguar el paradero de Luke. Si vais a empezar a follaros
mentalmente con palabrería barata, casi me voy.
Mike:
¿Y qué gracia tendría
que me la follase con palabras?
Rachel:
Luke, si sigues
ignorándonos…, te juro que… te mataré en cuanto te vea. Sabes que lo haré. Te
buscaré estés donde estés y te clavaré una daga en el corazón. Porque, ahora en
serio, estás empezando a preocuparnos; te hemos llamado mil veces y hace casi
una semana que no das señales de vida. Y el otro día soñé que te caías desde
una ventana y estuve llorando hasta que amaneció. Empiezo a valorar la idea de
acercarme a la comisaría más cercana…
Jason:
¿Luke…? ¿Estás ahí?
Mike:
¡JODER! ¡ACABO DE VER A
JESSICA ALBA!
Jason:
Lo que uno tiene que
aguantar…
Mike:
¡Lástima! Pensé que
funcionaría.
Jason,
Rachel & Mike
Quería a Jason, Rachel y Mike más que a
nada en el mundo, pero a pesar de ello no conseguía evitar sentir cierta
incomodidad ante el hecho de que sus vidas, de algún modo extraño, siguiesen
hacia delante mientras la suya se quedaba atascada. Completamente atascada. Y
no sabía como salir de ahí y alcanzarlos y caminar al mismo ritmo que ellos tal
y como había hecho siempre, desde que era apenas un mocoso.
Luke
Jason trabajaba casi todo el día y él
odiaba tener demasiado tiempo para pensar. Porque pensar… pensar no le traía
cosas buenas.
Luke
Luke:
Sigo vivo.
Rachel:
¡Dios! ¡Sabía que solo
estabas siendo un capullo!
Jason:
Ya te vale, colega.
Luke:
Bonita bienvenida al
mundo exterior.
Mike:
¿Al mundo exterior? ¿Te
han secuestrado unos marcianos?
Luke:
Casi.
Jason:
¿Has conseguido el
divorcio de una vez por todas?
Luke:
Casi.
Rachel:
Luke, si vuelves a
decir casi, te pego.
Luke:
Mike tío, la
agresividad de tu novia me preocupa.
Mike:
Pues ya somos dos.
Jason:
¿Por qué sigues casado?
Luke:
Mi mujer está buena.
Jason:
En serio, déjate de
bromas.
Luke:
Es verdad, tengo buen
ojo hasta borracho.
Rachel:
¿Cuándo vuelves?
Luke:
Todavía no lo sé. He
decidido tomarme unas vacaciones indefinidas. Quizá me dé más adelante por pasar
por Everett, Bellingham y llegar hasta Canadá; creo que Vancouver no queda tan
lejos.
Mike:
¡No me jodas!
Luke:
¿Qué pasa? No es tan
raro que necesite tiempo para…, bueno, para nada concreto. Así de plena es mi
vida.
Rachel:
¿Cómo es Harriet? ¿Has
averiguado por qué no ha intentado divorciarse de ti en todo este tiempo?
Luke:
Casi.
Rachel:
¡Te mato!
Luke:
Es broma. Me dio una
explicación razonable. Más o menos. Y es simpática.
Rachel:
¿Os habéis hecho
amigos?
Luke:
Algo así. No está tan
mal. Al lado de tu novio, es soportable.
Mike:
Eh, corta el rollo.
Jason:
Eso. Dinos cuándo
vuelves.
Luke:
Os lo acabo de decir.
No lo sé.
Rachel:
A mí me parece bien que
hagas esta especie de pausa en tu vida, puede que necesites tiempo. Pero cuando
regreses te quiero al cien por cien otra vez. Cuando vuelvas… no habrá excusas.
No soporto que estés triste.
Luke:
Me gusta lo de hacer una pausa. Suena bien.
Luke,
Jason, Rachel y Mike
–Debería aprender a mantener la boca cerrada si no tiene nada
interesante que decir –siseó–. Así usted no malgasta saliva y los demás evitamos
escuchar estupideces. ¿No están de acuerdo, señoras? –Miró a las demás, que agacharon
la cabeza de inmediato–. Que les aproveche el café. –Dio un paso al frente,
dispuesto a marcharse, pero volvió a girarse–. En realidad, retiro lo dicho.
Las mentiras hacen daño al niño Jesús –bromeó–, espero que se atraganten.
Buenas tardes.
Luke
Detestaba a la gente que juzgaba a las
espaldas. No es que eso justificase por qué había reaccionado de un modo tan…
brusco, pero puede que fuese porque le estaba cogiendo un poco (muy poquito) de
cariño a Harriet. Y, cuando Luke se encariñaba con alguien, lo hacía de forma
incondicional.
Luke
–Pensaba que era una broma. Lo de que ibas a hacer la cena.
Él frunció el ceño, todavía con el
cuchillo en la mano derecha. Estaba cortando un trozo de pollo en daditos muy
pequeños.
–¿Con qué clase de gente te relacionas?
Harriet
& Luke
Eso le habían dicho durante toda su
vida: que era poco interesante, poco inteligente, poco… todo. Que no tenía nada
fuera de lo común que ofrecerle al mundo.
Harriet
–¡No tiene gracia, idiota! –arrugó la nariz–. Lo siento, no quería decir
eso.
–¿Me pides disculpas por un idiota?
¿De dónde has salido?
–¿Te pone que te insulten o algo así? –preguntó mosqueada.
–No, pero tampoco hace falta que te pegues latigazos. Es una chorrada,
una forma de hablar. Espero. Mira, hagamos una cosa: a partir de ahora te permito
que me llames idiota, imbécil y capullo. Pero gilipollas no, ¿vale? Ni tampoco estúpido. Así tendrás algún tipo de limitación y tu moral se
sentirá mejor.
Harriet
& Luke
–Eh, joder me mola. Mientras
estés conmigo, puedes decirlo todas las veces que quieras.
Luke
Ella les tenía cariño a aquellas tres
sombras. Eran, junto a los anillos de Angie, lo único que le recordaba que
dentro de sí misma había más, mucho más; anhelos que a veces permanecen
dormidos durante demasiado tiempo.
Harriet
Y me gusta la idea de pensar que las
conservo, como si fuesen valiosas. ¿Por qué no iban a serlo? Quiero decir, las
cosas tienen solo el valor que nosotros decidimos darle.
Harriet
Una banda de pájaros izó el vuelo y
Harriet pensó en lo fácil que sería ser uno de esos jilgueros, sentirse libre,
escapar de la cárcel que a veces construyen los recuerdos.
Harriet
Traía a su mente una vida entera. Lo que
iba a ser. Lo que no pudo ser. Lo que finalmente fue.
Luke
Algo cambió entre ellos tras aquel
encontronazo. Luke no sabía decir qué era exactamente, porque Harriet seguía
regalándole una sonrisa cada mañana con su habitual buen humor. Pero estaba
ahí. En algún lugar más profundo, ella había retrocedido unos cuantos pasos y
se había quedado rezagada por detrás de él. Cuando hablaba de cosas banales, ya
no lo hacía de un modo tan espontáneo como antes, sino que pensaba bien qué iba
a decir y qué palabras utilizar para hacerlo.
Y a Luke le jodía aquello.
Mucho. Más de lo esperado.
Luke
–No es justo que siempre seas tú la que lo pase mal por los demás. Por
una vez… –suspiró–. Por una vez los demás deberían sufrir por ti.
Angie
–A veces no hace falta saberlo todo sobre la otra persona. Yo tampoco
conozco totalmente a Jamie, ni siquiera después de tantos años… –meditó–, y me
gusta que me sorprenda, que cambie y me obligue a entenderlo de nuevo.
Angie
–Un amigo no te miraría como si no hubiese desayunado. Y así ha sido
exactamente como te ha mirado cuando te has quitado la camiseta. –Sonrió
traviesa–. Parecía… hambriento. Le he pedido a Jamie que estuviese atento, por
si se lanzaba a por ti en plan tiburón blanco.
Angie
–Quizá podría ayudarte saber qué ocurrió. Lo que sea que viviste cuando
eras una niña marca lo que eres ahora. No puedes cambiarlo, pero sí entenderlo…
Luke
–Porque, según dicen, el amor mueve el mundo. El amor nos impulsa a
hacer estupideces y a equivocarnos y a arriesgar. Negarte a ello es como querer
jugar una partida de póker sin apostar ni un céntimo; así no tiene ninguna
gracia.
Harriet
–¡Buenos días! ¿Vas descalza? ¿Por qué estás descalza?
–Ya casi no hace frío. –Se acercó hasta donde él estaba y apoyó una mano
en su hombro para impulsarse un poco y ver las salchichas que chisporroteaban
en la sartén–. Que buena pinta.
–Te vas a resfriar.
Harriet
& Luke
Y pensó, pensó que no debería afectarle
tanto saber que pronto se iría, porque era algo evidente, previsible. Algo que,
supuestamente, debería estar deseando que ocurriese.
Harriet
–¡Oh, Dios! –gimió Harriet–. ¿Y que pasa con la tarta de limón?
–No ha podido superarlo, abejita. Ha muerto.
Harriet
& Luke
Él se estremeció cuando ella lo abrazó
con inseguridad, deslizando sus manos alrededor de su espalda con una torpeza
tierna. Inspiró hondo y, cuando Harriet ya estaba a punto de apartarse y
volver a distanciarse, la retuvo con fuerza, pegándola a su torso. Había algo
indescriptible en el hecho de sostener ese cuerpo pequeño y cálido contra el
suyo, algo que no había sentido antes, como una especie de anhelo inalcanzable.
Resultaba reconfortante.
Luke
Tener que afrontar las cosas, tener que
elegir una dirección que tomar…
Era mejor seguir en standby.
Indefinidamente.
Luke
La realidad era que hacía una eternidad
que Luke no se sentía tan feliz. No era una felicidad momentánea, efímera; al
contrario. Era una felicidad general, una sensación de aceptación, de
conformidad, sin grandes expectativas a la vista que estorbasen los pequeños
momentos del día a día. Nunca había estado tan concentrado en su propio
presente. Siempre había perdido el tiempo lamentándose por el pasado que no fue,
por todo lo que no consiguió, o devanándose los sesos por aquello que pretendía
lograr en el futuro. Y se perdía lo más importante: el aquí y el ahora.
Luke
–Quiero leerlas de una vez, quiero quitármelas de encima y desprenderme
de todo, todo lo que tiene que ver con el pasado. No soporto pensar más en esas
personas que solo saben hacer daño y tomar un desvío después y seguir adelante.
Y tampoco soporto que me afecte. No soporto ser tan…
–No digas que eres débil. No lo digas, porque no es verdad.
Harriet
& Luke
Harriet no quería ninguna etiqueta, ella
tan solo deseaba ser sin tener que
definirse de un modo concreto: libre, muy libre.
Harriet
Y ella le había dado las gracias por
preocuparse tanto, tentada de recriminarle que fuese tan considerado, tan tierno…
Porque, en cierto modo, Luke le estaba mostrando todo lo que Harriet siempre
había anhelado. Pero solo se lo mostraba, solo eso, porque no podía tenerlo.
Harriet
–A veces las cosas ocurren por alguna razón, o quiero pensar que es así,
porque si no lo hiciese me pasaría la vida cabreada por las ironías e
injusticias del destino.
Harriet
Y, cuando Luke vaciaba la cabeza de
pensamientos enredados, era finalmente él mismo, la persona que deseaba ser.
Luke
Sentía el miedo paralizando sus pensamientos.
Miedo a perderlo. Miedo a tenerlo. Miedo a ella misma. Miedo a él. Miedo al
dolor, a las decepciones, a reconstruir de nuevo cuando las cosas se rompen sin
previo aviso…
Harriet
Le daba miedo dejarse ver, dejarla ver,
abrirse ante ella y mostrarle todo lo malo que arrastraba consigo. Que no
aceptase o pudiese entenderlo más allá de la primera capa.
Luke
–Ya sabes, una de esas épocas en las que no eres tú mismo. ¿Nunca te has
sentido así? –Harriet negó lentamente con la cabeza y él le colocó tras la
oreja el mechón de cabello rubio que cayó ante el movimiento–. Pues tienes suerte,
porque es una mierda. Deprimente. Te sientes feliz y perdido, y lo peor de todo
es que no tienes ninguna razón de peso para estarlo, no te estás muriendo ni
nada parecido, pero te comportas como si todo te diese igual.
Luke
Pensaba que eso era vivir el presente, pero estaba equivocado. Solo era un alivio
rápido, poder dejar de ser yo mismo durante unas horas…
Luke
–¡Abril me encanta! –se oyó la voz aguda de Barbara tras una de las
ventanas.
–¡Mamá! –gritó Angie–. ¿Tienes algún problema
en entender el significado de la palabra privacidad?
¡Búscala en el dichoso diccionario que coge polvo en la estantería! ¡Maldita
seas, siempre husmeando! Me pone mal esa señora.
–¡Deja de llamarme señora! ¡Es
ofensivo!
–¡Dios, Buda, Alá, el que sea, llévame pronto!
Angie
& Barbara
–Yo también tengo algo que contarte.
–Ay, joder. ¿Te lo has tirado?
–¡Ni siquiera me ha dado tiempo de decírtelo! ¡Y baja la voz!
–¿Habéis copulado? –Barbara abrió la puerta y salió al porche.
–Mamá, de verdad que sí deberías echarle un vistazo a ese diccionario,
¿eh? Copulado, dice. Se llama follar, echar un polvo, darle al ñaca-ñaca… La
que más te guste, tienes un gran repertorio para elegir. Pero, por lo que más
quieras, copular pasa a ser una
palabra prohibida.
Harriet,
Angie & Barbara
–¿Sabes…? He cambiado. Ahora todo es diferente –susurró, y sintió un
vuelco en el estómago al reconocer aquello en voz alta.
–¿Diferente a cuándo? –Luke ladeó la cabeza.
–23 otoños antes de ti…
–¿Qué quieres decir?
Harriet se mordió dubitativa el labio
inferior.
–Que me has ayudado a cerrar puertas que llevaban abiertas mucho tiempo
–admitió–. Por eso creo que el próximo otoño será diferente. No sufriré cuando
vea las hojas caer, ¿entiendes? Las hojas…, ya no puedo protegerlas ni seguir
guardándolas. Tengo que dejarlas ir.
–¿Eso significa que te sientes segura?
–Sí, porque las personas que podían hacerme daño ya son solo recuerdos.
Harriet
& Luke
Le mostró una sonrisa tímida y Luke se
tensó, pero el gesto duró apenas unos segundos antes de que volviese a
relajarse y dejase pensar que, podría dañarla; porque se iría, claro, ¿y cómo
no iban a echarse de menos después de todo aquello? Tarde o temprano tendrían
que pasar por aquel trance. Era el precio a pagar por acercarse demasiado.
Harriet
–Está mal que me sienta así, está mal. Una
vez Jason me dijo una frase de uno de sus libros preferidos, El guerrero pacífico, y se me quedó
grabada a fuego en la cabeza. No dejo de repetírmela desde entonces. Me veía en
esas palabras, pero no sabía cómo escapar de ellas. Y ahora, aquí, contigo…
–tragó saliva–, no tengo que demostrarle nada a nadie, no tengo que hacer nada
que realmente que no quiera hacer ni que luchar contra mí mismo.
–¿Cuál es la frase?
–Las
personas no son lo que piensan que son. Solo creen serlo. Y eso es lo más
triste.
Harriet observó cómo trazaba con los
dedos las líneas de su mano y se estremeció al alzar la vista y perderse en el
prado que se abría en sus ojos.
–Conmigo no tienes que intentar ser nada.
Solo tú, Luke.
Harriet & Luke
Allí no había nada más que ellos dos.
Él. Ella. Juntos. Encajados entre sí de mil formas posibles, porque empezaba a
sentirla en todas partes: bajo su piel, en su cabeza, abrazándole el corazón…
Luke
–El problema es que si las cosas siguen así mucho tiempo es una especie
de suicidio lento. Perderse a uno mismo, no saber quién eres o que dejen de
importarte las personas que están a tu alrededor y esas metas o sueños que
antaño tuviste…
Luke
Él huía. Él se odiaba a sí mismo cuando
no conseguía algo que se había propuesto y se culpaba cuando las cosas
escapaban de su control y no podían manejarlas a su antojo. Por eso siempre
estaba huyendo. Porque la vida es inestable y la mayor parte del tiempo caminamos
sobre arenas movedizas sin saber qué viene después, qué ocurrirá mañana.
Luke
Sobrevivir, en eso se ha resumido toda
mi vida. Luchar con uñas y dientes desde que puedo recordar, y ¿para qué? Para
nada.
Ellie
–No eres débil, Harriet. No creas que, porque los demás a veces te
protegemos, lo eres.
Barbara
–Hay personas a las que les ocurren cosas que les hacen perder la fe en
el ser humano.
Barbara
–No. Ni se te ocurra. Soy yo quien debería darte las gracias. Por todo.
Por ser como eres y hacer que yo sea como siempre he querido ser.
Luke
–¿Por qué me haces esto? –preguntó él con la
voz rota. Se había puesto los vaqueros, que llevaba aún sin abrochar, y estaba
sentado es el borde de la cama con la mirada fija en ella.
–Porque no es fácil no quererte, Luke.
Harriet
& Luke
–No soy una milésima parte de todo lo que tú mereces tener. Y sé que lo
tendrás algún día. –Respiró contra su pelo y apretó los dientes ante la idea de
ver a Harriet entre los brazos de otro hombre–. Serás feliz. Mereces ser muy
feliz. Si el mundo estuviese lleno de personas como tú, sería un lugar mucho
mejor. Justo. Humilde. Perfecto.
Luke
Harriet se tragó las lágrimas y se
preguntó por qué si le parecía tan maravillosa no podía quererla.
Harriet
Desde aquel primer beso en el coche,
bajo la tormenta, no habían vuelto a dormir separados ni un solo día.
Harriet
Quería cubrirse con el abrigo más grueso
del mundo y no dejar que nadie volviese a desabrochar los botones para hurgar
en su interior.
Harriet
Estaba malhumorado, hosco y más callado
de lo habitual (teniendo en cuenta que Luke era incapaz de permanecer más de
diez minutos con la boca cerrada).
Harriet
La miró y, de pronto, la vio lejos, a
miles de kilómetros de distancia, y a la vez muy cerca, dentro de él. Ya estaba
dentro, joder.
Luke
¡No
me jodas!, masculló
antes de salir de allí dando un portazo. Ella tenía que saberlo, tenía que
saber que acabaría siendo como todos los demás, haciéndole daño. Cada vez que
Luke había deseado o anhelado algo, lo había perdido. Nunca conseguía mantener
nada bueno de lo que le sucedía. Siempre había sido así. Y Harriet era algo
bueno, algo demasiado bueno como para que él pudiese hacerse cargo de
mantenerlo. Nada duraba en su vida. Y estaba furioso. Furioso por lo que había
dicho, por lo que se había callado y por lo mucho que lo inquietaba rememorar
su voz de buena mañana, cálida y suave,
pronunciando aquellas tres putas palabras. No te quiero. Joder. No te
quiero. Respiró hondo y caminó más rápido por las calles empedradas. No te quiero. Perfecto. Era perfecto que así fuese.
Luke
Había algo que dolía, pero no era amor.
No podía ser amor. Lo que dolía era pensar que algún día Harriet se despertaría
al lado de otro tío con más suerte que él y ocuparía su lado de la cama y le
sonreiría antes de llegar a la cocina y poner una sartén en el fuego. La
abrazaría por las noches, bailaría canciones lentas de Frank Sinatra con ella y
se reirían juntos de bromas que solo ellos entenderían. Y, cuando Harriet
mirase el tatuaje de su brazo, ya no lo vería a él, las horas que habían compartido,
sino tan solo tres sombras vacías que habían perdido todo su significado.
Luke
Sentía como si le estuviesen aplastando
los pulmones y dejándolo sin aire. Una presión desagradable se asentó en su
pecho. ¿Cómo iba a conseguir seguir adelante sin verla nunca más? No podía
enterrar aquellos tres meses de su vida
y fingir que no había sido feliz allí, con ella.
Luke
Aguantó la respiración cuando ella lo
abrazó más fuerte y se sintió morir al notar sus labios rozando los suyos. Y
vainilla. La puta vainilla. Cerró los ojos. Era como una brisa suave.
Luke
–¿Tengo pinta de estar bromeando? Yo… –Se pellizcó el puente de la nariz
con los dedos, confuso–. Yo no sé qué coño me pasa, pero no quiero perderte,
Harriet. Ni tampoco quería que ocurriese esto. Y ahora ya es demasiado tarde,
porque, solo pensar en la idea de no volver a verte, me duele. –Se llevó una
mano al pecho-. Duele como nunca imaginé que podía doler.
Luke
–¿Y ahora qué? –exclamó–. ¿Qué se supone que significa esto? ¡No quiero
sentir putos celos, no quiero la inseguridad que me creas! Esto no tenía que
pasar. Y odio pagarlo contigo, porque, joder, tú eres increíble, y lo único que
sigo sin entender después de tener la oportunidad de conocerte es cómo demonios
consigues ser la única persona que no se da cuenta. Porque todos los demás,
todos los que estamos a tu alrededor, somos conscientes de la suerte que
tenemos por tenerte en nuestras vidas.
Luke
–Haremos que esto funcione.
–¿Qué es lo que te da tanto miedo?
–Cagarla. Hacer algo mal. Perderte –acarició su mejilla despacio–. Volver
a encontrarme con un desconocido al mirarme al espejo.
–No dejaré que eso ocurra.
–Lo sé, Harriet.
Harriet
& Luke
–Necesito, por una vez en mi vida, necesito que alguien esté dispuesto a
darlo todo por mí.
–Yo te lo daré todo.
–No puedes. Quizá quieres, pero no puedes.
Harriet
& Luke
–¿Durante cuánto tiempo seré tu prioridad?
–¡No lo sé! –Cerró los ojos y respiró agitado antes de volver a abrirlos
y clavarlos en ella–. ¡Sí, joder, sí lo sé! Siempre. Harriet. De verdad. Confía
en mí.
Pero era demasiado tarde, porque ese
primer no lo sé se le clavó en el
corazón. Harriet intentó mantenerse serena, aunque por dentro sentía que se
rompía poco a poco, porque no quería volver a ser la chica que se quedaba en el
pueblo mientras todos los demás terminaban marchándose tarde o temprano. ¿Por
qué ella tenía que ser siempre parte del camino y no el destino?
Harriet
& Luke
Tardó en moverse, porque no podía
apartar la mirada de la persona que lo había ayudado a buscarse, a empezar a
encontrarse, a sentir lo que no había sentido antes, pero finalmente lo hizo.
Porque no la quería un poco, como ella había dicho, la quería un todo, un
mucho.
Luke
Y quiso volver atrás en el tiempo, no
enterarse jamás de que tan solo un día antes había estado a punto de marcharse
y dejarla atrás como si no significara nada para él. Evitar el sufrimiento, tanto
el que Luke le había hecho a ella como el que ella acababa de hacerle a él;
porque Harriet era de las personas que creen que el amor no debería estar
salpicado de dolor. Masticar sus palabras. Y tragarse ese estás vacío por dentro, porque no era cierto. Quizá lo suyo no
estaba destinado a funcionar, pero Luke era… era muchas cosas. Era caos e
incertidumbre, sí, pero también ternura. Era alegría y risas y siempre una
sonrisa en los labios. Era felicidad y calidez. Y precisamente por eso Harriet
deseaba ser una certeza para él, sin dudas, sin preguntarse cada noche si a la
mañana siguiente, al despertar, ya no estaría al otro lado de la cama.
Harriet
Había superado muchas jugarretas del
destino, pero no estaba segura de poder sobreponerse a aquello. Era como si se
hubiese desatado un terremoto en su interior. Se acercó al mostrador, cogió las
llaves de la tienda, salió y cerró. A la mierda. A la mierda todo.
Harriet
Seguía alterada, pero no quería
adormecerse ni nada parecido. Deseaba ser consciente del dolor, grabarlo a
fuego en su mente para no volver a cometer jamás la estupidez de confiar en la
primera persona que se cruzase en su camino.
Harriet
Deseaba cerrar los ojos y que al
abrirlos a la mañana siguiente todo lo que sentía hubiese desaparecido.
Harriet
–Tuviste suerte de conocerme cuando era un crío y de que empezase a
quererte antes de convertirme en quien soy ahora, porque, si no hubiese sido
así, habría jodido nuestra amistad como jodo todo lo demás. Y lo mismo con Mike
y Jason.
Luke
–Tú sabes lo mucho que a mí me costo confiar en Mike. Y no era porque no
lo quisiera, al contrario. Tan solo sentimos miedo ante aquello que de verdad
nos importa porque tememos perderlo. No hay nada más complejo que las
emociones; la mayor parte del tiempo son una maraña de sentimientos difíciles de
manejar. Pero al final todo encajará, ya lo verás.
Rachel
–Dale tiempo, Luke. Y date tiempo también a ti mismo. –Le dio un beso en
la frente–. Te conozco desde que tenías siete años. Si esa chica te quiere solo
la mitad de lo que sé que tú la quieres a ella, todo se arreglará. Confía en
mí. El amor de verdad no tiene nada de efímero.
Rachel
Se quedó en el sofá mirando la comida y
pensando que si ella estuviese allí le hubiese preguntado cómo preferiría
morir, si atragantada por un espagueti o por un trozo de pizza con champiñones.
Seguro que hubiese elegido la primera opción, sonaba más divertida.
Luke
–Tío, me asusta que alguien entre aquí y sufra una sobredosis de azúcar
–se burló Mike mientras se apartaba a un lado del escritorio para que Luke pudiese
ver cómo estaba quedando–. ¿No podemos usar otro color que no sea el rosa?
–Te sorprendería saber lo mucho que estoy deseando decir sí, pero no, no podemos. Está bien así.
Dejémoslo por hoy –suspiró.
Luke
& Mike
–Mantequilla, deja hueco –masculló Mike
mientras lo apartaba a un lado para poder sentarse. Cogió un mando de la
videoconsola y le pasó el otro a Luke, pero este negó con la cabeza–. Estos
gatos… solo comen y duermen y se apoderan de la casa como si pagasen las
facturas a final de mes. A ver, ¿qué quieres hacer, entonces?
Mike
–¿Te quedas a comer, Luke? –preguntó.
–No, no tengo hambre.
–Vale, tengo lasaña congelada de cuatro quesos, ¿te va bien? Id poniendo
la mesa mientras la meto en el microondas, tardará cinco minutos –concluyó antes de alejarse por el pasillo.
Luke
& Rachel
–¿Y mi lasaña? –preguntó.
–No queda –contestó Rachel–. Pero en la nevera hay una fiambrera con
brócoli al vapor y patatas hervidas.
Jason pestañeó sin dejar de mirarla.
–Suena muy apetecible –ironizó–. Espera, voy a por tres cubos de eso
–añadió antes de desaparecer en la cocina y regresar con un plato vacío y un
par de cubiertos. Alargó una mano para coger el de Rachel e, ignorando sus
protestas le quitó un cuarto de lasaña. Luego hizo lo mismo con los platos de
Luke y Jason, hasta que el suyo estuvo lleno–. Esto sería una metáfora de
un mundo más justo.
–Y blablablá –se burló Mike
sonriente–. Sigue hablándonos de cosas justas, nos interesa un mogollón.
–Intentó quitarle un trozo de lasaña y Jason le dio un manotazo en la cabeza
que hizo reír a Rachel, al otro lado de la mesa, y por poco termina escupiendo
el agua que acababa de beber.
Jason,
Rachel & Mike
Siempre era bueno estar con ellos.
Siempre le recordaban que no importaba las veces que tropezase, estarían ahí
para sostenerlo cuando eso ocurriese. Pinchó un trozo de su comida, se la llevó
a la boca y se relajó y se rió cuando Mike empezó a imitar a su novia cuando se
enfadaba si cambiaba las cosas de sitio de su despacho, lo que probablemente le
valdría una buena regañina más tarde, cuando ellos se hubiesen ido.
Luke
–El problema es que, durante todos esos años que estuviste jugando, te
prepararon para ganar, pero no para perder. Te decían lo que conseguirías si
dabas lo mejor de ti, si avanzabas un poco más. ¿Pero alguien se paró a decirte
qué pasaría si no lo lograbas si, por ejemplo, tal como ocurrió, te lesionases
a los veintiuno?
Jason
–Pues, antes de que eso pasase, alguien tendría que haberte dicho que no
pasaría nada por perder. Que no era el puto fin del mundo. Que estás aquí,
Luke, con toda la vida por delante. No tienes que hacer algo grande para
sentirte realizado, no hace falta que seas una estrella o cambies el curso del
mundo.
Jason
–Ella era algo grande. Es.
–Exacto. –Jason sonrió–. Tú decides qué es grande o pequeño, Luke. Está
en tus manos. Te frustra no tener una meta fija como antaño. Un objetivo
marcado en el calendario. Un sueño que cumplir. Pero ni siquiera te has parado
a pensar que, al final, todos estamos aquí luchando por lo mismo. Ser felices.
Luke
& Jason
–Tú eres tu mayor enemigo, siempre diciéndote un montón de mierda.
–Ladeó la cabeza al mirarlo–. Si lograses apagar esa vocecita que tienes en tu
cabeza…
Jason
–Me da miedo no ser nunca suficientemente bueno para ella.
–Lo serás cuando consigas ser primero suficientemente bueno para ti.
Luke
& Jason
–¿Cómo es…? –preguntó.
–¿Ella? ¿Harriet?
–No, estoy harto de oírte parlotear sobre ella –bromeó y luego su rostro
se ensombreció–. ¿Cómo es enamorarse? Querer a alguien así.
–Es como encontrar en los ojos de otra
persona la mejor versión de ti mismo.
Luke inspiró hondo mientras observaba la
reacción de Jason y se daba cuenta de que el chico de oro, el que parecía
tenerlo y controlarlo todo, jamás se había enamorado. Nunca había sentido lo
que él sentía al verla sonreír, al perderse en ella, en su mirada, al alargar
la mano para coger la suya y acariciar su piel, tan suave, tan familiar…
Y entonces tragó saliva, nervioso…
–Soy afortunado, ¿verdad? Lo soy. Joder.
Jason deslizó el vaso por la mesa tras
darle el último trago. Alzó el mentón y, en su expresión, Luke descubrió todo
lo que a veces él mismo no se permitía ver.
–Sí que lo eres. Eres un idiota con mucha suerte –rió.
Luke
& Jason
Pero al caer la noche, cuando se tumbaba
en la cama y estaba a solas consigo mismo, los recuerdos volvían.
Luke
Volvería. Iría a buscarla pronto. Lograría que
esas palabras saliesen al fin. Se haría entender, porque, ahora, empezaba a
hacerlo, a entenderse; sus dudas, sus miedos, sus debilidades. No era agradable
hurgar en su lado más oscuro, ese que nunca había querido mirar demasiado, pero
era necesario. Luke se estaba desprendiendo de todo aquello que él creía ser,
pero que no era realmente, como si hubiese pasado media vida observándose desde
un prisma distorsionado. Y esperaba que ella pudiese ver la persona en la que
se había convertido. La que ya era antes, pero que no se creía.
Luke
Caminó despacio hacia aquella habitación
donde habían compartido tantos momentos, de esos que parecen tontos mientras están
pasando, pero que al final son los que se quedan en el recuerdo para siempre,
como fotogramas de felicidad.
Luke
–Todo esto pasará, ¿vale? –susurró en su oído–. Ni siquiera lo
recordaremos dentro de unos años. Voy a cuidar de ti, Harriet. Y te demostraré
que merezco la pena.
–No –murmuró–. Ya no te quiero, Luke.
–Pues haré que vuelvas a quererme.
Harriet
& Luke
Las cosas se habían puesto un poco feas
hacia el final y sabía que, a partir de ahora, estarían vigilándolos hasta que
se cumpliese el plazo estipulado. Tan solo faltaban unas semanas, pero eso no
le importaba, porque no pensaba irse. No pensaba irse nunca.
Luke
Se había prometido a sí mismo que
mantendría las manos quietas y le dejaría espacio. Iba a permitir que Harriet
tomase las riendas de la situación, pero aquello era un sufrimiento
innecesario. No podía más. Tampoco es que la paciencia formase parte de sus
virtudes a destacar.
–¿Cuánto tiempo más tenemos que seguir fingiendo?
–No sé de que hablas –respondió cohibida.
–De fingir que no me quieres –aclaró.
Luke respiró profundamente. Aún estaba a
tiempo de retroceder, volver a la retaguardia y seguir dejando pasar los días
entre dolorosos silencios y miradas que decían todo lo que ella no era capaz de
admitir. Pero él no era así. No lo era. Para lo bueno y para lo malo se dejaba
llevar. Y todo lo conducía a Harriet.
–O que no estás loca por mí, ni te mueres de ganas por que nos
encerremos en la habitación durante días. Apuesto lo que sea a que ya estás
imaginando todo lo que haremos. –Acortó la distancia que los separaba y rodeó
su cintura con los brazos. Pegó su frente a la suya–. Eh, abejita, ¿por qué
lloras…? –Su voz perdió por el camino el tono divertido y se tornó cauta e
intranquila–. Harriet, háblame. Por favor.
Harriet &
Luke
¿Por qué no podía entenderla? Que se sentía muy
pequeña después de tantos traspiés. Que necesitaba garantías antes de abrirse
de nuevo. Que ya había arriesgado demasiadas veces. Que tenía un miedo atroz a
decirle que sí, a confiar en él y que, tras tachar ese reto de su lista, Luke
volviese a irse en busca de emociones más estimulantes. Que a veces la
inseguridad era tal que no podía evitar pensar que él terminaría aburriéndose
de ella tarde o temprano. Y lloró de impotencia. Por no conseguir erradicar
todo lo que no quería ser y por lo que había luchado aquellos años.
Harriet
Sostuvo uno de los botes con manos temblorosas,
observando las hojas. Y notó el corazón golpeándole contra las costillas al
advertir el polvillo que se asentaba en el fondo, porque se dio cuenta de que
guardarlas no había servido de nada. No las estaba protegiendo. No podía
protegerlas. Desaparecerían como todas las demás; quizá más tarde, pero lo harían
también. De repente se sintió tonta y ridícula por haber seguido haciendo lo
mismo que cuando era una niña solitaria y débil, y advirtió que, de algún modo,
esa niña seguía muy viva dentro de ella y necesitaba dejarla marchar.
Harriet
–¿Qué estás
haciendo…?
Se giró. Luke perecía consternado, recorriendo con
la mirada las hojas que se perdían arrastradas y los botes de cristal, ahora
vacíos, que estaban amontonados a un lado. Harriet se levantó y sacudió las
manos.
–No sirven.
No están seguras ahí dentro –respondió antes de pasar por su lado y volver a
meterse en la casa. No cenó. Regresó a la habitación, se escondió bajo las
mantas y se preguntó hasta cuándo se sentiría así y si en realidad algún día
había dejado de hacerlo.
Harriet
& Luke
–Tengo que
enseñarte algo. –La miró inseguro–. Solo si tú quieres. Pero dime que quieres,
por favor, porque creo… creo que entendí lo que querías decirme ayer y necesito
que ahora me entiendas tú a mí.
Harriet supo que no iba a poder negarse en cuanto se
perdió en su mirada verde. Se puso en pie con lentitud y luego dejó que Luke le
tapase los ojos con las manos y la guiase con suavidad hacia la cocina. Intentó
que no notase que su proximidad la hacía temblar y que, a pesar de todo, lo
único que deseaba era darse la vuelta y esconder la cabeza en su pecho y
escuchar el latido se su corazón…
–¿Estás
lista?
–Creo que
sí.
–Vale, pues…
Apartó las manos, permitiéndole ver. La cocina
estaba como siempre, nada había cambiado. Los vasos limpios, sobre la repisa;
los platos apilados, a un lado; los moldes para hacer pasteles, dentro del horno;
las especias, en las estanterías superiores, justo al lado de…
Los tarros de cristal.
Harriet dejó de respirar. Estaban ahí, como siempre.
También el que ocupaba el sitio al lado del tocadiscos y el que reposaba junto
al pequeño jarrón de la isla de madera. Pero ninguno estaba lleno de hojas.
Dentro de los botes solo se distinguían algunos papeles de colores doblados.
–¿Qué… qué
has hecho?
–Ábrelos.
Empieza por el que quieras.
–Luke…
Él alargó un brazo y bajó uno de los estante más
alto.
–Toma.
Ella lo cogió. Y le sorprendió el tacto familiar del
tarro de cristal y, a la vez, la novedad que suponía que no estuviese repleto
de hojas. Lo abrió con suavidad, metió la mano y sacó un papel que desdobló.
Encontró la letra de Luke, los trazos imprecisos.
Prepararte el
desayuno todos los domingos.
Luke gruñó por lo bajo.
–Espera.
Justo ese… no era el mejor. –Le quitó el bote de las manos y lo sacudió sobre
la encimera sacando varios papelitos a la vez. Aguantó la respiración al
mirarla de nuevo–. Léelos, por favor.
Y Harriet los leyó. Uno a uno.
<<Despertar cada mañana a tu lado y
susurrarte un te quiero antes de que empiece el día.>> <<Llevarte a ver un partido de los San Francisco 49ers y atiborrarnos de
nachos con queso.>>
<<Hacer una escapada de fin de semana y comprar discos nuevos en alguna
tienda de segunda mano para ese viejo tocadiscos que tenemos.>> <<Hacerte el amor en la ducha… ¿Cómo es posible que todavía no lo hayamos
probado?>> Harriet rió y sorbió par la nariz mientras desdoblaba el siguiente papel.
<<Tragarme todos los (insufribles)
programas de cocina que tanto te gusta ver.>>
<<Hacer mi especialidad una vez a la semana (ensalada con pollo y curry…),
y no probar contigo mis experimentos culinarios.>> Ella alzó la mirada hacia él.
–Luke, todo
esto…
–Sigue
leyendo –la cortó.
<<Viajar. Viajar contigo a cualquier
sitio, aunque sea con la mochila a cuestas, recorrer el mundo a tu lado.>> <<Inventar nuevas teorías sobre la destrucción humana.>> <<Bailar alguna de Sinatra… y luego follarte lento en el suelo de la
cocina. Para que luego digas que no soy romántico.>> <<Abrazarte muy fuerte todas las noches.>>
<<Llevarte a San Francisco y enseñarte la ciudad, sus calles empinadas,
pasear por la costa; presentarte a mi familia y a mis amigos.>> <<Quererte más y mejor cada día.>>
<<Limpiar el cobertizo.>>
<<Dejar de tener miedo.>>
<<Comer más mierda verde, digo, verduras… si eso te hace feliz.>>
Harriet sonrió entre lágrimas. Abrió el siguiente
papelito, ya del segundo tarro de cristal, pero veía borroso y no podía
distinguir bien las letras que bailaban. Luke dio un paso hacia ella con gesto
inseguro.
–Si aún
quieres que me vaya, dímelo ahora y te prometo que lo haré en cuanto se cumpla
el plazo de la herencia –susurró y luego bajó la cabeza para poder mirarla a
los ojos–. Pero si confías en mí, si lo haces, te prometo que todo lo que he
escrito ahí será nuestro futuro. Nunca he estado tan seguro de algo como de
esas palabras y las quiero contigo. Lo único que necesito es que cuando me
mires encuentres certezas.
Ella sorbió por la nariz y hundió el rostro en su
pecho. Luke cerró los ojos y la abrazó mientras expulsaba el aire que había
estado conteniendo.
–Cuando te
miro lo encuentro todo, Luke.
Harriet
& Luke
–¿Sabes lo
que pensaba anoche, mientras hacía manualidades como un puto niño pequeño
recortando papelitos? –bromeó, y su aliento cálido se mezcló con el de ella–.
Que, si todos los fracasos de mi vida me han conducido hasta ti, no pueden
haber sido tan malos. Ha valido la pena el camino recorrido.
Luke
Harriet sonrió. Y Luke atrapó aquella sonrisa con la
boca en un beso lento y profundo, y se prometió a sí mismo que se pasaría la
vida cazando la felicidad dibujada en sus labios.
Luke
–Estás
seria. ¿En qué estás pensando, Harriet?
Me muerdo el labio inferior mientras uno de los
camareros nos sirve dos copas de vino. Le doy un trago cuando se marcha.
–En que
ahora mismo no cambiaría nada de mi vida. Ni siquiera las pequeñas tonterías que
surgen en el día a día. También me gustan. Todo me gusta.
–¿A qué te
refieres? –Luke frunce el ceño.
–A lo
cabezón que eres. O lo difícil que resulta convencerte de que la cocina no es
lo tuyo. También está eso que haces cada vez que te duchas, dejar todo el suelo
del baño lleno de agua y las toallas tiradas por ahí… –Suelto una risita–.
Hasta eso me encanta de ti. Tener una excusa para reñirte o enfadarme de vez en
cuanto y ver cómo pones los ojos en blanco o mascullas por lo bajo.
Luke ladea la cabeza y sus dedos juguetean con el
tallo de su copa.
–Yo adoro
que me despiertes temprano los domingos, que tardes años en secarte el pelo y
finjas un secuestro en el cuarto de baño o que siempre, joder, siempre te comas
la última patata frita, pero dejes la bolsa en la despensa para que, cuando la
abra, me ilusione al pensar que todavía quedan.
Dejo escapar una carcajada y luego lo miro y de
verdad que no existe nadie más en este restaurante, en este mundo, solo él,
frente a mí, con ese gesto suyo tan tierno que aparece en cuanto nuestros ojos
se encuentran.
Harriet
& Luke
Pienso en lo mucho que me ha hecho aprender. Luke
fue el detonante que me hizo darme cuenta de que las cosas casi nunca son
blancas o negras. Hay mil matices de grises. Todos somos grises. ¡Y qué difícil
es juzgar a las personas! Qué complicado catalogarlas en el bando de los buenos o los malos, como si todo fuese tan sencillo.
Harriet
Siento que estoy flotando cuando nos movemos al son
de una melodía latina y Luke clava la yema de sus dedos en la piel de mi
cintura, que queda al descubierto cuando me sube un poco la camiseta. Se
inclina y me besa. Sabe a tequila y a limón, y deslizo la lengua por sus labios
con lentitud. Él se aparta y me mira con deseo antes de echarse a reír. Esa
risa despreocupada y segura que me hizo fijarme en él la primera vez que la oí
en aquella piscina de Las Vegas. Me gusta que siga siendo así, que no le
importe qué pensarán de él los demás, que se deje llevar por sus impulsos y
haga caso de la primera idea loca que cruza por su cabeza.
Harriet
–Te adoro. Y
lamento decirte… –hace una pausa cuando cae más espuma y coge un poco con la
mano y me la restriega por la cara antes de meterla en mi escote entre risas–,
que no voy a dejarte escapar. Estás condenada a pasar el resto de tu vida
conmigo. Qué putada para ti. Qué bien para mí –bromea, porque ahora sé que se
dio cuenta hace tiempo de lo especial que era, no solo para mí, sino para el
mundo.
Luke
–¡Harriet!
–Luke golpea la puerta del baño con el puño y noto un leve tono de urgencia en
su voz.
–¡Yo también
tengo que hacer pis, espérate! –protesto.
–Joder.
Necesito que salgas –le oigo maldecir por lo bajo.
–Ya voy.
–Abro el grifo y me lavo las manos con jabón–. Y, por cierto, segunda y última
vez que salimos de fiesta tú y yo juntos, Luke. Esto termina aquí. Deberíamos
hacer una especie de juramento o algo así.
Cuando salgo del baño veo que Luke está en medio de
la habitación, sin camiseta, frente al espejo alargado que hay en la puerta del
armario. ¡Y qué bien le sienta no llevar nada encima, más ahora que tiene la
piel morena por el sol!
–¿Estás
bien?
–No. Joder,
no. Nada bien.
–¿Qué pasa,
Luke?
Se gira lentamente y veo el fino plastiquito que
recubre el lateral de la zona baja de su estómago, tocando la goma del
pantalón, justo donde se dibuja esa especie de uve que siempre me gusta
recorrer con los dedos. Me tapo la boca con las manos.
–¿Es un
tatuaje?
–¡Es otro
jodido tatuaje!
¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Algunos recuerdos
aparecen como fogonazos; tan solo lo perdí de vista un momentito de nada cuando
pedí a esas chicas simpáticas que me pusiesen la trencita en el pelo. No
debería haberlo dejado solo. Ni un segundo. Nada. Luke solo necesita un
pestañeo para llevar a cabo la idea más descabellada del mundo.
–Dime que es
menos raro que el del erizo –ruego.
–No sé yo… –Frunce
el ceño y coge con los dedos la punta del plastiquito para apartarlo y dejar
que lo vea. Suelto un gritito. ¿Pero qué demonios…? Ay, Dios. Intento no
reírme, de verdad que lo intento, pero no consigo evitarlo.
Es una abejita.
Una colorida abejita brillante.
Harriet
& Luke
Me
despido lector, que tengas unas maravillosas y mágicas lecturas.
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