Frases 33 Razones para Volver a Verte

En ocasiones, ocurren cosas malas contra las que no siempre se puede luchar.
Rachel

  –Puede que sea porque… está roto. Todo está roto.
Mike

Mike le había confesado un día que contar estrellas le servía para tranquilizarse. Decía que era perfecto porque, al concentrarse en tener que llevar la cuenta, olvidaba momentáneamente las preocupaciones y los miedos que lo acechaban. Se lo había contado años atrás, cuando a ella todavía le costaba dormir por las noches sin que su madre estuviese a su lado leyéndole un cuento, pero no lo había olvidado. Igual que tampoco olvidaba que había dicho que lo hacía a menudo, cuando estaba nervioso, cuando sentía que se ahogaba, cuando llegaba a un callejón sin salida…
Rachel


Robin se acercó a él y sostuvo con una mano la puerta de la calle entreabierta mientras lo miraba con atención. Siempre lo hacía. Lo observaba desde todos los ángulos, como si esperase encontrar respuestas, la solución a todos sus problemas, ese algo inesperado que lograse salvarlo. Lo miraba, en realidad, como lo hubiese mirado un padre, hurgando en sus secretos e intentando vislumbrar más allá de la superficie.
Rachel

Se hubiese quedado así para siempre; pegado a ella, unidos en cierto modo, sin decir nada, sin más preguntas ni más respuestas. Solo silencio… y la calidez y el agradable aroma a frambuesas que Rachel emanaba.
Mike

Rachel tiró de mala gana el algodón sobre la mesa auxiliar del comedor, donde estaban los demás utensilios, y sollozó antes de esconder el rostro entre sus manos. Él se incorporó en el sofá, sintiéndose más culpable que nunca. La abrazó, preguntándose por qué no lo había hecho antes, por qué no la había abrazado cada día… Descansó la barbilla sobre el tembloroso hombro de la joven y le acarició el cabello y la espalda con la mano que tenía libre.
  –No llores, Rachel, por favor. –La retenía con tanta fuerza que aflojó por temor a hacerle daño–. Lamento… no sabes cuánto lamento que no puedas entenderlo, pero necesito que estés a mi lado –suplicó–. Algún día todo esto quedará atrás. Si tú me das la espalda, no sé como podría…
  –Sabes que siempre estaré para ti –lo cortó–. Incluso aunque no te entienda. No importa. Supongo que puedo entender que a veces no consiga entenderte.
Mike curvó las comisuras de sus labios al tiempo que hundía una mano en el cabello pelirrojo de Rachel, sujetando su nuca con delicadeza.
  –Solo me he quedado con lo de que siempre estarás para mí –se burló–, pero con eso me es más que suficiente.
Ella sorbió por la nariz, sin ser consciente de que en aquel mismo instante Mike se concentraba en contar las pecas de su nariz. Una a una. Tranquilizándose.
  –Pecosa, ¿nunca te he dicho que eres preciosa? –Rachel tomó aire cuando sus miradas se enredaron y negó lentamente con la cabeza–. Pues debería haberlo hecho. Eres preciosa, Rachel –repitió.
Él dejó de sonreír y deslizó los dedos por la palma de su mano; la mantuvo abierta sobre la suya y recorrió con la yema del índice las líneas que surcaban aquella superficie aterciopelada. Quería meterse bajo su piel. Esa mano era tan perfecta, tan pequeña y delicada…
  –¿Qué estás haciendo?
  –No lo sé. Te toco. –Ascendió por el mentón y las mejillas, despacio, disfrutando del recorrido, como si estuviese dibujándola con los dedos en su memoria. Limpió las lágrimas que todavía brillaban sobre su piel, eliminando aquel rastro de dolor-. Y creo que voy a besarte.
  –Mike…
  –¿Te apartarás si lo hago?
  –Tendrás que arriesgarte.
Lo hizo. Arriesgó.
Fue un beso tierno, húmedo, lento. Mike atrapó aquellos labios entre los suyos y mordisqueó con cuidado la piel suave y deliciosa mientras Rachel gemía en su boca.
Estaba perdiendo el control. Tenía la certeza de que aquello no era lo correcto; no para ella, al menos, pero la deseaba más que nada en el mundo. Y, por eso mismo, temía arrastrarla a su infierno. Ella merecía algo mejor, más estable.
Rachel & Mike

  –¿Sabes por qué me encantan tus pecas?
Se mantuvo callada mientras él se tumbaba de nuevo en el sofá y la acomodaba sobre su pecho. Ella le rodeó el torso con un brazo, cerró los ojos e inspiró hondo.
  –¿Por qué?
  –Porque son como estrellas sobre el lienzo más bonito del mundo, tu rostro… –confesó–. Cuando era pequeño, antes de que mi padre trabajase en la empresa de transportes, solía volver a casa a las seis y entonces se desataba el infierno. Yo siempre estaba allí, pero nunca entraba dentro. Me quedaba en el jardín, detrás del abeto que talaron hace dos años, escuchando los gritos, los llantos y… –Tomó aire, no estaba acostumbrado a hablar de aquello con tanta franqueza–. Y contaba lo que fuera, las piedras del jardín, las hojas, las estrellas. Aquello era lo único que me tranquilizaba. Igual que tus pecas. Me calman, las necesito. Te necesito.
Mike

No quería arrastrarla hacia la abrumadora oscuridad que, tarde o temprano, lo atraparía. Estaba destinado a ello.
Mike

El tiempo fue curando las heridas. Sin saber cómo, Rachel estaba preparada para sobrevivir a cualquier adversidad y seguir adelante. Y conforme quedaron atrás meses, años y etapas, las emociones que antes parecían abarcarlo todo se hicieron a un lado, buscando un rincón en el que permanecer rezagadas.
Rachel

Porque sí, le necesitaba, pero otra parte de ella se sentía como si la hubiesen arrancado de golpe del mundo que hasta entonces había conocido. Fue como dejar atrás a la niña que vivía en su interior, abandonándola, abandonándose.
Rachel

No, no había nadie más. Estaba sola.
Rachel

Por su traición, por todo lo que ocurrió después, por los actos del pasado que dibujaron su futuro y la hicieron cambiar de rumbo.
Rachel

Mike le había enseñado que debía guardar sus sentimientos bajo llave y que nunca, nunca jamás, tenía que bajar la guardia.
Rachel

En cuanto tropezó con la calidez de sus ojos, supo que nunca había dejado de quererla. No podía. Era como si un hilo invisible, los hubiese mantenido unidos desde pequeños…
Mike

Pero hubiese preferido que ella gritase, que dijese mil improperios, que lo atacase; quizá así lograse sentirse menos culpable. La indiferencia era peor.
Mike

Nunca había tenido compañeros de trabajo ni tampoco se esforzó por hacer nuevos amigos. Ya sabía lo duro que era perderlos después. Y al final todo en la vida era un poco así, efímero, temporal, con fecha de caducidad. Era mejor bastarse consigo misma.
Rachel

Llevaba demasiado tiempo acumulando una mezcla de rabia y rencor que parecía enredarse en la parte baja de su estómago. Se había acostumbrado a interiorizarlos, tragarse su mal humor. Era insano. Y también peligroso. Pero hasta que no había vuelto a encontrarse cara a cara con la persona causante de todo, no había sido consiente de la magnitud de sus propios sentimientos.
Rachel

No era nada fácil estar cerca de él, porque los recuerdos permanecían intactos, tanto los buenos como los malos, todos juntos dando un paso a intrincadas emociones agridulces.
Rachel

Respiró hondo. A veces sentía que por muy fuerte que lo hiciese, el aire no le llegaba a los pulmones, lo llenaba la ansiedad y ese vacío que sentía en el pecho y lo ahogaba.
Mike

Miró de reojo a Rachel. A pesar de que hacía un par de días que estaba en casa, él seguía sintiéndose intranquilo. Temía que fuese un espejismo. Temía despertar una mañana y descubrir que ella había vuelto a marcharse…
Pero, sobre todo, temía no ser capaz de explicarle lo que sentía.
Porque no podía. Nunca se le había dado bien desenredar y exteriorizar sus emociones, pero con Rachel el problema iba más allá. Ponerla al corriente de todo. Contarle la verdad. Abrirse. Dejar que viese todo lo malo. Esperar que lo perdonase…
No, no parecía algo probable. Más bien todo lo contrario.
Le odiaría aún más en cuanto descubriese la verdad.
Mike

  –Esas alternativas de las que hablas son imprevisibles, meras casualidades, no sabemos en qué momento una y otra se encadenarán y la vida dará un giro… –susurró–. Lo único que podemos hacer es intentar aceptar la realidad lo mejor posible.
Jason

Mike seguía siendo un niño. Con todas las carencias y debilidades que ello implicaba. Un niño asustado y algo inseguro detrás de toda aquella fachada que se esforzaba por proyectar.
Rachel

Cuando la miraba, sentía una mezcla rara entre dolor y deseo. Dolor porque la inocencia que aún encontraba en sus ojos le recordaba todas las cosas horribles que había hecho a lo largo de su vida, los actos que los distanciaban y que no podía cambiar. Y deseo porque Rachel era suya. Solo suya. En su cabeza no existía otra posibilidad. ¿Quién más podría quererla como él lo hacía? De un modo ciego e incondicional. En cuanto tropezaba con su mirada, el resto del mundo parecía desdibujarse y solo era capaz de pensar en tocarla, besarla y lamer y morder cada centímetro de su piel…
Mike

Ella, por el contrario, era incapaz de exteriorizar nada. Se tragaba sus emociones, no para de rumiarlas y escupirlas más tarde, sino para quedárselas eternamente. Y si había problemas, bueno, prefería acurrucarse y esconderse hasta que pasase la tormenta.
Rachel

  –¿Te has preguntado cómo sería este paseo si tú y yo fuésemos dos desconocidos?
  –¿A qué te refieres?
Mike buscó sus ojos.
  –Hace unos días dijiste que querías que empezásemos desde cero, ¿no? Pues imagina por un momento que es así, que no sabemos nada el uno de el otro.
  –Ya entiendo… –Había un deje de diversión en su mirada–. En ese caso querría preguntarte muchas cosas. Para empezar, no saldría a pasear con un desconocido así porque sí.
  –Es comprensible. ¿Qué querrías saber?
  –Hum, veamos, depende de tantos factores… –se mordió el labio inferior pensativa–. ¿Estamos en una cita? ¿O eres un vecino algo perverso que me está siguiendo?
  –La cita. Estamos en una cita. Acabamos de cenar en uno de esos restaurantes para pijos. Ha estado bien, aunque la ternera estaba un poco seca. Y después tú te has empeñado en pagar la cuenta pero, como soy un caballero, he insistido en hacerme cargo. Hemos salido y no quería dejarte escapar y que la noche terminase ya, así que te he propuesto dar este paseo.
Rachel lo miró impresionada e intentó no pensar en lo agradable que hubiese sido esa fantasía.
  –Vale. En primer lugar, difícilmente tú te comportarías como un caballero en una cita. Ni siquiera puedo imaginarte vestido en plan formal.
Rachel & Mike

  –¿Expectativas? Supongo que vivir. Sin más. Intentar ser feliz. ¿No es eso a lo que finalmente se reduce todo?
Mike

  –No lo sé. Manías. Me concentro en algo concreto…
  –Y te olvidas de todo lo demás que hay a tu alrededor –concluyó ella.
Conocía bien esa sensación. Le pasaba al escribir y al leer. No eran solo hobbies, sino también formas de evadirse.
Rachel & Mike

  –A estas alturas ya no importa demasiado. Cuando no se puede dar marcha atrás todo pierde un poco su valor, ¿no crees? No sé cómo deberían ser las cosas. Ni tampoco quiero pensarlo.
Mike

Contarlo todo, abrirse sin reparos; era como sacudir un mochila con fuerza hasta que no quedase nada en su interior.
Rachel

Rachel comprendió entonces que no siempre pedimos ser rescatados, incluso aunque sea evidente que lo necesitamos.
Rachel

  –Espera –dijo–. No soy como tú. No creo que todos sean malas personas. No creo que deba esconderme y protegerme de los demás constantemente. Y no creo que vayas a ser feliz si no empiezas a confiar en el mundo que te rodea porque, te guste o no, formas parte de él –concluyó con dureza–. ¿Sabes todo lo que te estás perdiendo por tener miedo? El miedo no conduce a nada bueno. El miedo solo es represión. Yo no tengo nada que temer y me gusta compartir lo que siento, sea bueno o malo. Es lo justo. Dar aquello que tienes. Apostar por las personas que crees que valen la pena.
Jimena

  –No todo el mundo sabe pedir ayuda.
Rachel

Necesitaba quitarse ese mantra de la cabeza. No siempre había un lado positivo. No.
Rachel

Existían muchos tipos de soledad. Y suponía que la de estar rodeada de un montón de personas pero sentirse aislada debía de ser una de las peores.
Rachel

There are many things that I would like to ay to you. But I don´t know how. Because maybe, you´re gonna be the one that saves me. And after all, you´re my wonderwall.
Wonderwall

  –La dirección correcta… –Mike saboreó aquellas palabras, como si estuviese meditándolas. Después la miró fijamente–. Tuve que tomar desvíos no tan correctos para llegar aquí.
Mike

Él tenía en la punta de la lengua la verdad, su verdad, la pieza del puzle que Rachel todavía no poseía, pero la intención de dársela se desvaneció.
Rachel

  –A veces solo el hecho de vivir ya me parece suficiente.
Mike

¿Cuántos años era correcto asistir con cierta asiduidad? ¿En qué momento dejaba de ser algo prioritario en la vida de los familiares? ¿Meses…? ¿Un año, dos, tres…? ¿Era necesario para seguir adelante que el dolor tuviese una fecha de caducidad?
Rachel

Los sentimientos se desbordaban y ya no tenía ningún lugar donde seguir escondiéndolos.
Rachel

  –Mucha gente elige hundirse. Tú miraste hacia delante, te acoplaste a las circunstancias y supiste reinventar tus sueños. Eso dice mucho de ti.
Rachel

  –Y joder, no es una excusa, no tengo ninguna excusa válida. Solo sé que en ese momento me pareció una buena vía de escape. Estaba hundido en algún lugar muy profundo y muy oscuro. He estado ahí durante mucho tiempo.
Mike

  Por instinto, casi sin saber lo que estaba haciendo, ella se inclinó hacia él y rodeó su torso con las manos, apoyando la cabeza en su hombro. Sintió a Mike estremecerse ante la caricia.
  –¿Me estás abrazando?
  –Sí…
  –No me sueltes…
Rachel & Mike

Rachel cerró los ojos mientras él apartaba con cuidado los mechones de cabello que caían sobre su rostro y contaba en silencio las pecas que se agolpaban en torno a su nariz. Había treinta y tres. Y eran preciosas. Mike deslizó la punta del dedo por esas treinta y tres razones que le habían impulsado a retomar su vida, a incorporarse de nuevo al camino adecuado. Ella siempre sería su punto de referencia.
Mike

  –¿Me odias? –preguntó en un susurro–. Dime la verdad. Lo entendería porque a menudo yo lo hago. Odiarme. Cada mañana me levanto y pienso que tengo que enfrentarme a mí mismo un día más…
Mike

Se lo contó todo. Absolutamente todo. Hasta los detalles que había omitido al hablar con Jason o Luke. Y fue liberador.
Mike

Ya no sabía quien era.
Mike

Llevaba toda su vida intentando nadar contra corriente para finalmente terminar engullido por las olas. Todo el esfuerzo no había servido de nada; no era más fuerte que ellos, ni mejor, ni había logrado esquivar ese destino que parecía escrito para él.
Mike

Por un instante, solo un instante, se convenció de que nada importaba. Y nada era nada, en todos los sentidos. Solo el ahora. Solo el aquí y ahora…
Mike

Frente a él, vio de una forma casi nítida la barrera que los separaba. Era enorme. Altísima. Inmensa.
No iba a poder escalarla.
Ya había perdido antes de empezar.
Mike

Daba igual lo que dijese. Daba igual porque ella jamás lo entendería y, aunque llegase a hacerlo, era demasiado tarde. Ya no importaba.
Mike

Pudo haber evitado todo aquello.
Desde aquel día, acudir allí se convirtió en una especie de ritual para él, como si aquel fuese su único pasado, el punto concreto que diferenciaba la persona que había sido de la que persona e la que se estaba convirtiendo; porque conforme pasaba el tiempo y quedaban atrás días, meses y años… se iba olvidando de quién era en realidad, de todos esos sueños y planes de vida a los que estaba renunciando.
Mike

Aquella era una de las muchas cosas que había temido tener que contarle. Hay pasados tan turbios que, a veces, rascar la superficie, pulir y sacar brillo se convierte en una tarea ardua.
Mike

Se debatió, pero al final decidió que prefería tener tan solo su amistad antes que volver a perderla.
Mike

Hacía unos días que le había permitido a Rachel unir, encajar y acoplar las piezas de su pasado que no quería que nadie viese. Estaba seguro de que lo odiaría después de descubrirlo, pero se había equivocado. Ahora todo era más fácil, menos enrevesado, como si partes antes opacas comenzasen a tornarse transparentes, permitiendo ver, permitiendo sentir.
Mike

  Elvis suena tan estúpido… –farfulló.
  Mantequilla desprende inteligencia. Algunos científicos han llamado preguntado por la persona que le puso el nombre. Les he dicho que estabas demasiado ocupada trabajando en la cura del cáncer y que ahora mismo no podías ponerte al… ¡Ay!
Se quejó de su manotazo y después rió con despreocupación.
Rachel & Mike

  –Deja de decirme que lo sientes, por favor –rogó en voz baja–. Ya no hay nada que perdonarte. Nunca lo hubo, en realidad.
Rachel

  –Vale, espera que deje el libro en la habitación y…
  –No. Cógelo –pidió–. Yo cocino y tú a cambio lees en voz alta. Descubramos de una vez por todas qué tiene ese Darcy que no tenga yo –musitó con una sonrisa traviesa adueñándose de sus apetecibles labios…
Rachel tragó saliva y dejó de mirar su boca. Lo siguió escaleras abajo y le clavó el dedo índice en la espalda, bajo el omóplato, consiguiendo un quejido por su parte.
  –Punto número uno: Darcy nunca sería tan fanfarrón e indecoroso.
  –Dichoso Darcy…
Rachel & Mike

Sentía esa especie de electricidad que parecía chisporrotear entre ellos. Era una locura. Y siempre había estado allí, siempre, desde que eran unos críos; una sensación rara que no había experimentado con nade más y le hacía creer en el destino, en que estaban hechos para recorrer juntos todos los caminos, hasta los senderos más pedregosos y difíciles. Él había abierto una grieta inmensa años atrás, pero de verdad que podían saltarla y dejarla atrás. Podían.
Mike

Comenzó a caminar, dando por zanjada la conversación y dispuesta a coger algunas cosas, pero Mike la retuvo antes de que pudiese salir de la cocina, abrazándola por la espalda. Descansó la barbilla en su hombro y le mordió la oreja, antes de susurrar:
  –Esto solo acaba de empezar, pecosa. –Tenía la voz grave y ronca–. No voy a dejar que te me escapes de nuevo. Veamos cuánto tiempo puedes seguir mintiéndote a ti misma y diciéndote que no sientes nada por mí. –Le acarició la tripa bajo la camiseta con la palma de la mano abierta–. Mientras tanto, bueno, vamos a divertirnos mucho…
Mike

  –Mike… –Saboreó el nombre en sus labios.
  –Dime.
Le mostró una sonrisa pequeña que escondía emociones muy grandes.
  –Yo… te entiendo. De verdad. Entiendo las cosas raras que haces a veces.
  –Lo sé.
  –¿Lo sabes?
  –Claro. Por eso siempre has sido tú.
Rachel & Mike

  –Pero nuestra vida no ha sido lo que esperábamos y solo podemos aceptarlo, no hay ningún modo de cambiar el pasado.
Mike

  –Ojalá, de corazón, ojalá hubieses sido la primera y la última, Rachel, porque eres todo cuanto necesito.
Mike

  –Yo lo siento todo por ti. Todo lo que humanamente puede sentirse, pecosa. Todo.
Mike

  –Tengo que confesarte algo –susurró.
  –Lo que sea, Mike.
  –Me asusta estar solo –dijo con la voz quebrada.
  –Ya lo sé.
  –Y no quiero estar con nadie más que no seas tú.
Rachel & Mike

  –Ya no volví. Tampoco me hacía falta hacerlo para ver que el mundo había seguido su curso, avanzando, y que todos tenían sus dichosas vidas perfectas mientras yo me había quedado anclado en algún punto…
Mike

  –Pecosa, te quiero de todas las maneras posibles que existen. Supe lo que significaba esa palabra gracias a ti. –La miró con desesperación–. Te quise antes y te quiero ahora. Te he querido toda mi vida. Y lo seguiré haciendo aunque te vayas…
Mike

  –Amor, te estás empeñando en poner un montón de barreras y todavía no te has dado cuenta de que no tienes nada de lo que protegerte. No hay lobos ahí fuera. Y si en algún momento llegasen y alguno te mordiese, no pasaría nada, te curarías. Todos pasamos por lo mismo, arriesgamos y perdemos, tropezamos y caemos.
Jimena

  –Tranquila. No pasa nada por tener miedo, aprenderás a controlarlo poco a poco, a entender tus propias emociones…
Jimena

  –No. Te estoy animando a que des el paso y te atrevas a ir detrás de lo que quieres, por una vez en tu vida. ¡Lánzate! Deja de ser tan cobarde.
Jimena

Todo estaba roto. Seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece… Ella había sido demasiado débil para seguir viviendo. Veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho. Y él no había podido evitar aquello. No había logrado impedir que se tomase todas esas pastillas y decidiese que era mejor irse a otro lugar, marcharse para siempre, poner fin a una existencia desdichada e irreparable. Porque ella misma fue su propio verdugo. Veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos. Se iba a ir, no tenía fuerzas para permanecer allí, para esperar ese último adiós. Treinta y tres…
Mike

  –No es fácil quererme. No es fácil y lo entiendo, de verdad que sí, porque a mí también me resulta complicado…
Mike

El dolor físico estaba sobrevalorado. Todo lo contrario a ese dolor silencioso e invisible que se lleva dentro y cala hasta los huesos.
Mike

  –Cometí un error al irme así y siento haberte hecho daño, pero es que –lo miró fijamente–, quererte me da miedo. Volver a estar expuesta, a arriesgar, con todas las probabilidades que eso conlleva, tanto las buenas como las malas… Me ha costado un poco entender que por ti vale la pena lanzarse al vacío. Ya sé que piensas que siempre llevo paracaídas y que me aferro a la seguridad, pero no es verdad. La mayoría del tiempo me siento frágil e insegura.
Rachel

Era una especie de punto de apoyo, la certeza de que alguien lo había querido por quién era, sin aderezos ni reproches.
Mike

Pero terminó entendiendo que había llegado el momento de dejar atrás todo aquello y permitir que las heridas sanasen y cicatrizasen.
Rachel

  –No, es justo al revés. Tengo que dejar atrás mis miedos, igual que tú. –Giró la llave en el contacto y el motor del coche rugió–. Iremos poco a poco, Mike. Y superarás esto, igual que has superado todo lo demás. Lo haremos juntos. Sé que somos personas con tendencia a caer y a escondernos, pero podemos sostenernos el uno al otro.
Rachel

  –Lo recuerdo. Me encantaba esa canción –admitió–. Pero será mejor que no malgastes todas tus reservas de romanticismo ahora mismo porque todavía me debes una cita. Es hora de volver a casa.
Estaba a punto de quitar el freno de mano cuando él le rodeó la muñeca con los dedos y sostuvo su mano en alto al tiempo que la miraba con curiosidad.
  –¿Una cita? –preguntó.
  –Eso dijiste.
  –¿Cuándo?
  –La otra noche, en el hotel. Dijiste que querías que saliésemos por ahí, al cine, y que fuésemos cogidos de la mano como una pareja normal y corriente.
  –¿Y quieres eso?
  –Sí, eso quiero.
  –De acuerdo. Así que tenemos una cita pendiente. Me gusta.
Ella pareció pensativa unos instantes.
  –Y ya que estamos, también podrías esmerarte un poco e invitarme a cenar. En un italiano. Con terraza. Bajo las estrellas.
Mike la miró divertido.
  –¿Algo más, cariño? –se burló.
  –Rosas. Cierto. Lo olvidaba.
  –¿En serio? ¿Quieres que te compre una rosa?
  –No, no voy a hacerte ir a una floristería para comprar solo una rosa –dijo–. Mejor una docena. Que sea uno de esos ramos enormes, con mucho celofán y lleno de lacitos.
  –Jamás dejas de sorprenderme…
  –¡No me mires así! Nunca he tenido una cita de verdad y quiero saber qué se siente.
  –Yo tampoco. Así que vamos a estrenarnos en eso juntos; rompiendo una única regla, claro.
  –¿Qué regla?
  –La de no besarnos hasta la segunda cita.
  –Ah, que oportuno –bromeó.
  –Pecosa, vivimos juntos –le recordó divertido y deslizo los dedos por sus labios–. No voy a dejarte en la puerta y esperar fuera cinco minutos para entrar. Será mejor que solucionemos ya ese pequeño inconveniente… –Y antes de que pudiese volver a protestar, se inclinó y presionó su boca con fuerza en un beso lento y húmedo, y Rachel pensó en lo increíble que iba a ser poder hacer eso mismo cada mañana y cada noche, durante cada segundo que los alejaba de sus pasados y de todos los temores que estaban dispuestos a saltar y superar.
Rachel & Mike

Tiene la puerta de su despacho cerrada. En realidad no lo necesita para nada en concreto pero le dio envidia la habitación que me prepare para escribir.
Rachel

Me da un vuelco el estómago y me pregunto, en realidad no dejo de preguntármelo, si algún día desaparecerá esa sensación de vértigo al verlo. Espero que no.
  Rachel

  –¿Sabes? Ya sé qué puedes meter en tu nuevo despacho.
  –¿En serio? –El gris de sus ojos resplandece bajo el día despejado–. ¿Qué es?
  –Después. Te lo enseñaré después, cuando me recojas.
  –¡Vamos, pecosa, sabes que las sorpresas me ponen de los nervios. No puedes dejarme así. Me pasaré toda la reunión intentando adivinar de qué se trata.
  –Lo hago para que siga siendo una sorpresa, Mike. Sé que en el fondo me lo agradeces, aunque sea de un modo retorcido.
  –¿Sabes que hay tiburones más tiernos que tú? –refunfuña.
Rachel & Mike

  –Sé buena y no dejes que lo demás niños se burlen de ti.
  –Ya, vale, muy gracioso –farfullo cabreada antes de salir y cerrar la puerta del coche con un sonoro portazo. No he dado ni dos pasos cuando  Mike me alcanza, sin dejar de reír, y me coge de la manga del suéter verde finito que llevo puesto.
  –¿Pensabas irte sin darme un beso? Ven aquí, pecosa.
  –No te lo mereces.
  –Eso es verdad, pero… –Todavía con una sonrisa, se inclina y atrapa mis labios. Al final cedo. Es inevitable. Es demasiado tentador. Me pongo de puntillas para profundizar más el beso y él me sujeta de la cintura, aferrándose a la ropa. Cuando nos separamos, niego con la cabeza y me relamo saboreando todavía el momento.
  –No creas que no soy consciente de que estás intentando marcarme como una especie de animal o algo así. –Adivino al tiempo que me subo el asa del maletín al hombro–. Pero no tienes nada que temer, aquí soy demasiado vieja como para que los tíos se molesten en mirarme, y aunque lo hiciesen…
  –Que digas eso solo prueba que eres muy inocente y tienes más fe de lo debido en la especie masculina. Cariño, esas pobres crías no son competencia. Es imposible que tú no llames la atención, todos van a mirarte. Y vale, sí, admito que me siento un poco inseguro. Solo un poco. Cada vez que pienso que esto fue idea mía…
Le doy otro beso y otro más y él me retiene contra su cuerpo.
  –Vamos, vete ya, ¡vas a llegar tarde!
Asiente con la cabeza y luego toma una bocanada de aire mientras me mira satisfecho y las llaves del coche tintinean en su mano.
  –Te recojo en cuatro horas. Y me dirás cuál es la sorpresa.
Le digo que sí y vuelvo a reírme de su nerviosismo mientras me doy la vuelta y camino a paso rápido por el campus de la universidad.
Rachel & Mike

Fue idea de Mike inscribirme en la universidad. Bueno, en realidad, fue tan idea suya que no supe que había enviado la solicitud hasta que llegó la carta de admisión a casa, hace poco más de un mes.
Rachel

  –¿Ya te han admitido en el club de animadoras? –bromea.
  –Todavía no y es una pena porque el quaterback está tremendo. A ver si consigo hacer un triple salto mortal la próxima vez.
Mike entrecierra los ojos y me da un beso antes de tenderme las llaves del coche. Él se acomoda en el asiento del copiloto mientras refunfuña por lo bajo. Ojalá no resultase tan divertido hacerle enfadar.
  –¿Y mi sorpresa?
  –Sabes que conduzco hacia ella.
  –¿Está lejos?
  –Un poco.
  –Me pido elegir la música.
  –Pon lo que quieras.
  –Cuando cedes tan fácilmente me das miedo.
Rachel & Mike

  –No hay pecas suficientes para todos los te quiero que siento cada vez que te miro. Treinta y tres sería solo un prólogo; voy a tener que contar las pecas de todo tu cuerpo y así al menos tendremos el principio, el comienzo de todo lo que está por llegar. De todos los infinitos que no voy a poder contar.
Mike

Sabes que siempre estaré para ti. Incluso aunque no te entienda. No importa. Supongo que puedo entender que a veces no consiga entenderte.
Rachel


Me despido lector, que tengas unas maravillosas y mágicas lecturas.

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