Frases Yo estuve aquí

Dice que todavía puedes perdonarla. Y que ella te perdonará a ti.
Luciérnagas, Bishop Allen

Me siento tentada a aspirar el olor de esas sábanas. Si lo hago, quizá baste para borrarlo todo. Pero sólo puedo contener el aliento durante unos pocos minutos. Al fin tendré que expelerlo, expelerla a ella, y entonces me sentiré como esas mañanas, cuando me despierto, olvidando antes de recordar.
Cody

De cerca, es mucho más guapo de lo que debería ser un chico. Tiene unos rasgos que deduzco que son irlandeses: el cabello negro, una piel que en una mujer calificaríamos de alabastro, pero que en un roquero resulta simplemente pálida. Unos labios rojos y carnosos. Y esos ojos. Meg tenía razón. Parece que lleve lentillas.
Cody



  –¿Cómo te llamas?
  ¿Le sonara mi nombre? ¿Le habló Meg de mí?
  –Cody –respondo. 
  – Cody, Cody, Cody – repite, como poniendo a prueba el sonido de mi nombre –. Es nombre de vaquera – dice, imitando el acento sureño –. ¿De dónde eres, Vaquera Cody? 
  – De la tierra de las vaqueras.
  Sonríe lentamente, como si racionara su sonrisa. 
  – Me gustaría visitar la tierra de las vaqueras. Quizá vaya para que me enseñas a montar –dice, con una mirada cargada de significado, por si yo no había captado el doble sentido. 
  – No tardarías en darte un batacazo. 
  Eso le gusta. el muy capullo piensa que estamos flirteando. 
  – ¿Tú crees? 
  – Sí. Los caballos huelen el temor. 
  Su expresión se tensa durante un segundo. Luego pregunta: 
  – ¿Qué te hace suponer que tengo miedo? 
  – Los capullos urbanitas siempre tienen miedo. 
  – ¿Cómo sabes que soy un capullo urbanita? 
  –Bueno, estamos en una ciudad, y eres un capullo, ¿no?
Cody y Ben

Y entonces esperas, y esperas, y sigues esperando, y no recibes ninguna respuesta, y comprendes que todas esas cosas que creías que eran tan importantes y debías decir no lo son. Que no valía la pena que las dijeras.
Cody

Mi voz amenaza con quebrarse, pero no se lo permitiré. Ya habrá tiempo para que me derrumbe. Siempre hay tiempo para derrumbarse.
Cody

Habla sobre la desesperación, que fructifica en el silencio. Es una de las cosas que induce a personas comunes como Meg a hacer lo que hacen, y posteriormente la desesperación que deja tras de sí –incluso en personas que no la conocieron – debe ser reconocida y sentida.
Cody


Siento una mano en mi hombro. Me vuelvo rápidamente. Esta vez, sus ojos son del color del cielo de la tardecer, casi violeta. Jamás he conocido a nadie cuyos ojos cambien de color, como si reflejaran el estado de su alma. Suponiendo que tenga un alma. 
Cody

  –Ella me habló de ti – dice.
 – ¿Ah, sí? A mí no me habló de ti. –era mentira, por supuesto, pero no quiero darle la satisfacción de que sepa que ella le había puesto un apodo. En cualquier caso, él no fue el personaje trágico aquí.
  – Me contó que en una de esas casas donde vas a limpiar un tipo trato de tocarte el culo y tú le torciste el brazo con tal violencia que aulló de dolor y te subió el sueldo. 
  Sí, me ocurrió con el señor Purdue. Un aumento de diez dólares semanales. Es lo que vale que me toquen el culo sin que yo quiera. 
  – Ella te llamaba Buffy. 
  Más que el episodio con el señor Purdue eso me convence de qué Meg le habló de mí. Me llamaba Buffy cuando pensaba que yo había hecho algo especialmente genial, al estilo de Buffy Summers, La Cazavampiros. Ella decía que era Willow, la compi mágica de Buffy, pero se equivocaba: ella era Buffy y Willow, la fuerza y la magia, en una misma persona. Yo la admiraba y gozaba con sus triunfos.
Cody y Ben

  – ¿No te parece raro que dijera que <<ella misma>> había tomado la decisión? 
  Muevo en la cabeza en sentido negativo. No se me había ocurrido. 
  – Cuando nos pillaban por alguna trastada que habíamos hecho juntos y ella quería evitarme problemas, decía a nuestros padres: <<Scottie no ha tenido nada que ver en esto. La decisión la tomé yo>>. Lo hacía para protegerme. 
  Recuerdo todas las veces en que Meg involucró Scottie en una de sus trastadas y luego trató de librarlo del castigo. Ella siempre se echaba la culpa de todo. La mayoría de las veces, justificadamente. Sigo sin entender a qué se refiere Scottie, de modo que el niño de diez años tiene que explicármelo. 
  – Casi parece que esté protegiendo a alguien.
Cody y Scottie 

  Tomo mi teléfono móvil y envío un mensaje de texto a Ben. <<¿Cómo están los gatos? >>
  Él responde de inmediato. <<Están en el jardín. Tratando de atrapar la lluvia.>> A continuación me envía una foto de los animalitos jugando en el jardín. 
  <<Menuda diversión para unos datos de Seattle.>>
  <<Mejor que perseguir a ratones.>>
  <<¿Tú qué sabes?>>
  <<¡Buena pregunta! ¿Dónde estás?>> 
  <<En Tacoma.>> 
  Se produce una pausa antes del siguiente mensaje. Luego: <<Ven a visitarlos. Están muy grandes.>>
  No sé porque siento un cosquilleo en el estómago; sólo sé que la perspectiva de ver a Ben McCallister me resulta al mismo tiempo repulsiva y lo contrario. Antes de poder pensar en ello, respondo a su mensaje. <<De acuerdo.>>
  Tres segundos más tarde: <<¿Quieres que vaya recogerte?>> 
  <<No es necesario.>> 
  El me envía sus señas y me dice que le mande un mensaje de texto cuando salga para allí.
Cody y Ben

La puerta se abre un poco y aparece una bolita de color gris, qué pasa de largo junto a mí. Pete. Ben tenía razón. Está muy grande. 
  Al cabo de unos momentos la puerta se abre más y él sale corriendo, descalzo. Detrás del gato.
  – ¡Mierda! 
  – ¿Qué? 
  – No dejamos que salgan de casa. – Se agacha junto a un arbusto y se incorpora sosteniendo a Pete por el cogote –. Hay mucho tráfico. 
  – Ya. Ben me ofrece al gatito, que parece haberse amansado, para que lo tome en brazos. Lo beso en la cabecita y el animal me araña debajo de la oreja. 
  – ¡Ay!
  – Es un poco agresivo. 
  – Ya lo veo. –Se lo devuelvo. 
  – Entremos —dice.
Cody y Ben 

  –No sé qué decirte –respondo–. A mí me parece que estás bastante conectado – digo, señalando su móvil. 
  – Supongo que sí. 
  – ¿Lo supones? Veamos. ¿Tuviste a una chica aquí anoche? 
  Las orejas de Ben se ponen un poco coloradas, lo cual responde a mi pregunta. 
  – ¿Y tendrás una chica aquí esta noche?
  –Depende… –responde. 
  – ¿De de qué?
  –De si decides quedarte. 
  – Pero ¿qué dices, Ben? ¿Eres un adicto eres un adicto al sexo? ¿No puedes controlarte? 
  Él levanta las manos con gesto de rendición. 
  – Tranquila, Cody. Me refiero a que si decides quedarte a dormir en el sofá. Tú pasarás la noche aquí. 
  – Mira, Ben, te lo explicaré con toda la claridad para que no haya malentendidos. Jamás me acostaré contigo ni dormiré bajo el mismo techo que tú. 
  – Vale, te tacharé de la lista. 
  – Imagino que es muy larga. 
  Tiene el detalle de con de sonrojarse cuando le digo esto.
Cody y Ben 

¿Esto es lo que ocurre con las mentiras? La primera te cuesta, la segunda menos, hasta que surgen de tus labios con más facilidad que las verdades, quizá porque son más fáciles que las verdades.
Cody 

Scottie es alto y delgado y tiene el pelo rubio de Sue, aunque se le ha empezado a oscurecer. Sé que piensa que esto ha destruido su inocencia, pero sólo tiene diez años. No es cierto que haya destruido su inocencia. Y aunque lo fuera, tiene tiempo de recuperarla.
Cody 

La gente escribía nuevos mensajes sobre los antiguos, aunque había una frase, la favorita de Meg, que permanecía grabada en el metal: <<Yo estuve aquí>>. A ella le encantaba. <<¿Qué más puedes decir?>>, preguntaba.
Cody 

Ignoro si estas personas tuvieron algo que ver con Meg. Ignoro si este tipo pretendía realmente suicidarse, o si llegó hacerlo. Pero una cosa sí sé. Jamás te recuperas de este trauma.
Cody 

  Leo de nuevo este último mensaje y una voz en mi cabeza grita:
  Deja de hablar con ella. Déjala en paz. 
  Como si esto estuviera ocurriendo. Como si no fuera demasiado tarde.
Cody 

Sentir tus sentimientos es un acto de valentía, aunque tus sentimientos te digan que debes morir.
Cody 

Esa noche, observo detenidamente a Ben mientras actúa. Es una buena banda, no magnífica, pero buena. Él canta con voz áspera y gutural mientras se inclina sobre el micro, y veo su carisma. Veo cómo las chicas entre el público reaccionan, y perdono un poco a Meg por haberse enamorado. Comprendo que no pudiera resistirse a él. 
  En cierto momento, Ben se protege los ojos y mira hacia los focos, como hizo la primera vez que le vi tocar. Sólo que esta vez tengo la clara impresión de que me mira a mí.
Cody 

  – He violado el código. 
  – ¿Qué código? 
  – No se permiten chicas en la furgoneta. 
  – Ha. 
  – Pero tú no eres una chica. –Ben me mira turbado –. Al menos, no de este tipo.
  – ¿Qué tipo de chica soy? 
  Menea la cabeza. 
  – Aún no lo sé. Una especie que todavía no ha sido descubierta.
Cody y Ben 

Me quedo dormida en las inmediaciones de Lake Moses y me despierto sobresaltada, apoyada contra Ben, con los oídos estallándome mientras bajamos al puerto de Snoqualmie. 
  – Dios, lo siento. 
  – Tranquila – responde sonriendo un poco.
  – ¿He babeado? 
  –No se lo diré a nadie. 
  Sigue sonriendo. 
  – ¿Qué te hace tanta gracia? 
  – Has roto tu promesa de no dormir nunca cerca de donde estoy yo.
Cody y Ben 

   – Pero si a las personas normales les suceden esas tragedias, ¿qué esperanza nos queda al resto de nosotros?
Cody 

  – Lo superarás. Sé que en estos momentos piensas que no podrás, pero te aseguro que sí.
Chica

No sentamos en los escalones de madera y observamos a Pete y a Repeat mientras persiguen las hojas caídas de los árboles y se pelean entre sí. 
  – Se divierten de lo lindo – comenta Ben. 
  – ¿Cómo? ¿Peleándose? 
  –Existiendo, simplemente. – Quizá debería reencarnarme en una gata. 
  Me mira de refilón 
  – O en un pez de colores. Algún estúpido animal. 
  – Eh – dice, fingiendo ofenderse el nombre de Pete y Repeat. 
 – Fíjate en lo fácil que les resulta. ¿De qué nos sirve nuestra inteligencia si hace que nos volvamos locos? Otros animales no se matan unos a otros. 
  Ben observa a los gatos, que en estos momentos se dedican a tirar de una rama caída. 
  – Eso no lo sabemos con certeza. Los animales quizá no ingieran veneno, pero pueden dejar de comer o separarse de la manada, sabiendo que si lo hacen serán devorados por otro animal o por una persona. 
  – Es posible. –Señalo a los gatos–. No obstante, me gustaría volver a sentirme alegre y despreocupada. Empiezo a dudar de qué alguna vez me sintiera así. ¿Y tú?
Cody y Ben 

  – ¡Basta, Ben! –Me acerco apresuradamente a la esquina de la cama donde está sentado y le sujeto a las manos antes de qué golpee la pared por tercera vez –. ¡Basta! No fue culpa tuya. No fue culpa tuya. 
  Repito las palabras que desearía que alguien me dijera a mí, y de golpe nos besamos. Siento el sabor de su dolor y su necesidad y sus lágrimas y mis lágrimas.
Cody y Ben 

Hace poco perdí a alguien. Alguien tan importante para mí que es como si una parte de mí misma hubiera desaparecido. Y ahora no sé cómo seguir adelante. Ni siquiera sé si existo sin ella. Es como si ella fuera mi sol, y mi sol se hubiera pagado. Imaginaos que el sol auténtico se apagara. Quizá seguiría existiendo vida en la tierra, pero ¿querríais seguir viviendo aquí?  ¿Quiero yo seguir viviendo aquí?
Cody 

Una poderosa llama, seguida por una diminuta chispa.
Dante

Cuando uno se propone hacer algo en serio, no lo divulga.
Cody 

Aún tengo su mensaje en el buzón de voz de mi móvil. No lo he escuchado, pero no lo he borrado. Lo escucho ahora. Tan sólo dice: <<¿Qué necesitas de mí, Cody? 
  Las palabras pueden tener muchos significados. Esa pregunta puede encerrar exasperación, contrariedad, culpa, rendición.
 Escucho de nuevo su mensaje. Esta vez percibo el tono áspero y familiar de temor, preocupación y ternura que denotan sus palabras. 
  ¿Qué necesitas de mí, Cody?
  Y se lo digo.
Cody y Ben 

  Salimos de la cafetería. Ben abre la puerta de su coche. Es asombroso lo limpio que está comparado con la última vez que me monté en él. 
  – ¿Quieres que conduzca yo durante un rato? –Preguntó –. ¿O no dejas que las chicas conozcan tu coche? 
  – No tengo costumbre de dejar que nadie conduzca mi coche. – Me mira de refilón –. Pero tú no eres una chica. 
  – Vale. ¿Has descubierto ya que especie pertenezco? 
  – Aún no. – Me tira las llaves del coche –. Pero dejaré que conduzcas.
Cody y Ben 

    –No te prives de fumar por mi – le digo. Pero entonces me percato de que el coche no huele como cenicero, como la otra vez. 
  Ben sonríe tímidamente. Se arremanga la manga de la camiseta para mostrarme un parche de color carne. 
  – Lo he dejado. 
  – ¿Cuándo? 
  –Hace una semanas. 
  – ¿Por qué? 
  – ¿Aparte del hecho de que el tabaco mata y es muy caro? 
  – Sí, aparte de eso. Ben se vuelve un segundo para mirarme antes de fijar de nuevo la vista en la carretera. 
  – Supongo que necesitaba un cambio.
Cody y Ben 

  – Porque aniquila la esperanza. Ese es el pecado. Todo lo que aniquila la esperanza es pecado.
Richard

El problema es que Richard Zeller y su padre no saben de qué rayos están hablando. No saben que algunas mañanas la ira es lo único – lo único – que me ayuda a soportar la jornada. Si me despojan de eso, me dejan expuesta, vulnerable, sangrando, incapaz de sobrevivir. 
Cody

Tomo mi teléfono móvil con manos trémulas. Ben responde al primer tono.
  – ¿Estás bien? –pregunta. 
  En cuanto me lo pregunta, me tranquilizo. Si no bien, al menos estoy mejor. El pánico remite. No soy Meg, que ha decidido coger ese último autobús mientras una voz anónima le susurra al oído. Estoy viva. Y no estoy sola.
  – ¿Estás bien? –repite Ben. Es una voz real. Sólida. Si yo necesitara que estuviera aquí conmigo, lo estaría.
  – Sí –respondo. 
  Ben guarda silencio y yo sigo sentada en la cama, escuchando el sonido de su respiración. Ambos permanecemos así un rato, hasta que me calmo lo suficiente para poder conciliar el sueño.
Cody y Ben 

  – ¿Así que no has tenido en muchas oportunidades de compartir la habitación de un motel con un chico? –me pregunta Ben con un tono desenfadado mientras devora la corteza de su porción de pizza. 
  – Ninguna. 
  – ¿Nunca has compartido una habitación con un tío? –pregunta con insólita timidez. 
  – Nunca he compartido nada con un tío. 
  Ben levanta la vista de su porción de pizza y me mira, como tratando de descifrar a qué me refiero exactamente. Yo sostengo su mirada, dejando que mi expresión responda la pregunta. Sus ojos, de un azul delicado, como la piscina desierta que hay fuera, muestran estupor. 
  – ¿Nada en absoluto? 
  – Nada. 
  – ¿Ni siquiera… Una pizza? 
  – He comido pizzas con tíos. Pero nunca he compartido una. Hay una gran diferencia. 
  – ¿Ah, sí? 
  Yo siento con la cabeza. 
  – Bueno, ¿y qué sensación te produce? 
  – ¿A qué te refieres? 
  Me mira. 
  – ¿Tú qué crees? –respondo. 
  Ben arruga el ceño, un breve gesto de confusión, como si no estuviera seguro de que los dos nos referimos a la pizza. Mira los restos de esta. 
  – Creo que tú has comido dos porciones yo cuatro y que a ti no te gusta el pepperoni tanto como a mí. 
 Yo asiento, contemplando el grasiento montón de pepperoni que he apartado. 
  – Y todo esto sucede en la habitación de un motel en el que estamos los dos –continua Ben. 
  Asiento de nuevo con la cabeza. Durante un momento recuerdo el juramento que hice de no dormir jamás bajo el mismo techo que él. Quizás él también lo recuerde. Es evidente que esta noche lo he roto, aunque la verdad es que, en espíritu, lo rompí hace tiempo. Pero nada de eso importa ya. 
  – ¿Qué crees que significa? –pregunta Ben tratando de asumir un tono despreocupado, pero está pendiente de mi respuesta, y se le ve muy joven. 
  – Significa que la comparto contigo. – es lo único que estoy dispuesta a darle, aunque lo cierto es que para mí es mucho. Entonces recuerdo algo que dije ayer, cuando trataba de convencerlo de que descabezara un sueñecito en el coche: podemos crear un nuevo código. 
  Quizás sea eso es lo que estamos haciendo aquí.
Cody y Ben 

  – Decidido. Iremos a un buffé y luego al cine. – Ben se detiene, sonrojándose un poco–. Suena como si fuera una cita, pero en realidad no…
– Vale, Ben, ya lo sé –respondo.
Cody y Ben 

  Y no puedo articular palabra. Pero Ben estuvo ayer conmigo en Truckee. Y quizá por eso lo entiende. O quizá sea por eso que siempre nos hemos entendido. 
  – Joder, Cody –dice. Y entonces abre los brazos automáticamente, como si estuviera acostumbrado a abrazar a la gente. Y yo me arrojo en sus brazos automáticamente, como si estuviera acostumbrada a dejarme abrazar. Mientras me estrecha con fuerza, rompo a llorar. Llora por Meg, que ha desaparecido para siempre de mi lado. Lloro por los García, que quizá desaparezcan también de mi lado. Lloro por el padre que nunca he tenido, y la madre que tengo. Lloro por Richard el Drogata y la familia en la que ha crecido. Lloro por Ben y la familia en la que no hay crecido. Y lloro por mi.
Cody y Ben 

  – Sígueme – dice. Descendemos por una rampa para las embarcaciones hasta la orilla del agua –. Yo tenía un mapa enorme sobre mi cama. – Ben se arrodilla junto al agua –. El Colorado comienza en las Montañas Rocosas, atraviesa el gran cañón y llega hasta el golfo de México. Puede que aquí no parezca gran cosa. – Se inclina y toma un puñado de agua –. Pero cuando sostienes el agua en la mano, es como si sostuvieras un trozo de la Rocosas, del Gran Cañón. 
  Se vuelve hacia mi sosteniendo un puñado de agua. Yo extiendo mis manos y el abre las suyas, y el agua del río, que proviene de lugares ignotos, que contiene historias fabulosas, pasa de sus manos a las mías.
Cody y Ben 

  – Siempre aciertas a decir lo adecuado para animarme – digo, tan bajito que pienso que los Jet Skis han sofocado mis palabras. 
  Pero Ben las ha oído. 
  – No pensabas eso cuando me conociste.
  No. Se equivoca. Porque aunque lo odiaba, Ben McCallister siempre ha conseguido hacer que me sintiera mejor. Quizás era por eso que lo odiaba. Porque no quería sentirme mejor. Y menos con él.
Cody y Ben 

  Él me toma las muñecas y yo sujeto las suyas, con las manos empapadas por el agua del misterioso río. 
  No lo suelto y él tampoco a mí, y el agua del río permanece entre nosotros durante todo el trayecto hasta nuestro motel, donde, cuando entramos a nuestra habitación excesivamente caldeada, empezamos a besarnos. Es un beso tan apasionado como el que nos dimos en su casa hace unos meses, pero al mismo tiempo es diferente. Es como si nos abriéramos algo. 
Cody 

  No quiero que pare. Aunque me duele – más de lo que había imaginado–, no lloro por lo mucho que duele. Lloro por lo mucho que siento.
Cody 

De modo que le digo lo que le dije hace unos meses, aunque ahora lo digo en serio. Quizá sea lo que lo mejor que puedas desearle a alguien. 
  – Que te vaya bien en la vida —digo.
  Acto seguido cierro la puerta del coche de un portazo.
Cody 

Pero luego miro a mi alrededor. Estoy sentada en la mesa del comedor donde compartí tantas comidas con ellos a lo largo de los años. Meg ya no existe. Los últimos meses han sido un infierno. Pero Sue tiene razón. Yo sigo aquí.
Cody 

  –… Así que, al parecer, tú no tuviste la culpa. Y yo tampoco. – Trato de decir esto último cuánto nos despreocupado, pero se me rompe la voz. 
  – Jamás pensé que tú tuvieras la culpa – responde Ben en voz baja—. Y comprendí que yo tampoco la tenía. 
  – Pero me dijiste que su muerte te pesaba en la conciencia. 
  — Así es. Siempre me pesará. Pero no creo que yo fuera la causa. Además… —no termina la frase. 
  — ¿Qué?
   – Pienso que si hubiera sido culpa mía no habrías aparecido en mi vida.
  Los ojos se me llenan de lágrimas. 
  –Estoy enamorado de ti, Cody. Sé que todo esto es complicado, confuso y difícil. La muerte de Meg fue una tragedia y una pérdida irreparable, pero no quiero perderte por haberte conocido en unas circunstancias tan difíciles.
Cody y Ben 

Nos abrazamos bajo las primeras luces de la mañana. El me aparta un mechón de pelo de los ojos y me besa en la sien. 
  – En estos momentos me siento bastante frágil – le advierto –. Es como si todo me viniera encima de golpe. 
  Ben asiente con la cabeza. Tiene la misma sensación. 
  – Y esto podría ser complicado. Complicado, confuso y difícil, como acabas de decir. 
  – Lo sé –responde –. Tendremos que capear el temporal como podamos, vaquera.
Cody y Ben 

  – Ven – digo, tomándolo de la mano. 
  – ¿Adonde vamos? 
 – A dar un paseo. Quiero enseñarte la ciudad. En el parque hay un estrafalario cohetes espaciales del que se ve hasta el infinito. 
  Entrelazo los dedos con los tuyos y echamos a andar. Hacia mi pasado. Hacia mi futuro.
Cody y Ben 

Debió suponer que yo estaba detrás de esto, el planeta sin sol al que resultó que aún le quedaba luz.
Cody 

Ben está un poco alejado de los demás, contemplando el cohete espacial a los pies de la colina. Yo lo contemplo también, y ambos nos volvemos al mismo tiempo y nos miramos. Me parece increíble que dos personas puedan comunicar tantas cosas con una mirada, pero así es. Complicado, confuso y difícil es una buena forma de escribirlo. Pero quizás el amor es así.
Cody 

¿Estás preparada?, me pregunta moviendo los labios en silencio. Asiento con la cabeza. Estoy preparada. Dentro de unos minutos los músicos se agruparan y tocará en la canción de Bishop Allen sobre luciérnagas y perdón y yo pronunciaré un panegírico sobre mi amiga y esparciremos una parte de sus cenizas. Luego bajaremos la colina, pasaremos junto al cohete espacial y nos dirigiremos al cementerio, para visitar su tumba, donde una lápida dice: 

Megan Luisa García
YO ESTUVE AQUÍ 

Cody 

La vida puede ser dura, hermosa y complicada, pero, con suerte, será larga. Si lo es, comprobarás que es impredecible, y que hay épocas sombrías, pero estas remiten –a veces con mucho apoyo– y el túnel se ensancha, permitiendo que el sol penetra de nuevo en él. Si sientes que estás en la oscuridad, quizás tengas la sensación de qué siempre estarás allí. Avanzando a tientas. Sola o solo. Pero no es así. Hay personas que pueden ayudarte encontrar la luz.
Gayle Forman

 Mi reconocimiento a Suzy González, la chispa que inspiró este libro. Habría preferido conocerla a ella, no el personaje que he inventado gracias a ella. Sus padres me contaron que cuando vivía siempre trataba de ayudar a la gente. Quizá lo haga también desde el más allá. 
  Mi reconocimiento a todas las mujeres y a todos los hombres que han luchado contra la depresión, los trastornos del estado de ánimo, la enfermedad mental y el suicidio, y han hallado la forma de superarlos y, mejor aún de seguir adelante. 
  Mi reconocimiento a todos los hombres y todas las mujeres que han luchado contra la depresión, los trastornos del estado de ánimo, la enfermedad mental y el suicidio, que no han hallado la forma de superarlos y han sucumbido. 
Gayle Forman 



Me despido lectores y que tengan unas maravillosas y mágicas lecturas.

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