Frases: Bajo las estrellas de Jenn Bennett

    La espontaneidad está sobrevalorada. Las películas y la televisión nos quieren hacer creer que la vida es mejor para los fiesteros que se animan a lanzarse a la piscina con la ropa puesta. Pero, detrás de escena, está todo cuidadosamente planificado. El agua tiene la temperatura ideal. La iluminación y los ángulos de cámara están pensados al detalle. Los diálogos han sido memorizados. Y es por eso que resulta tan atractivo: alguien ha planeado todo con cuidado. Una vez que te das cuenta de eso, la vida se vuelve mucho más fácil. A mí me pasó.

Zorie


Solía confiarme sus secretos, y ahora no merezco ni un saludo. Pensé que dejaría de afectarme en algún momento, pero el dolor sigue siendo igual de intenso.

Zorie


–… Déjate llevar, Zorie. Deja que la vida suceda.

Reagan


–… Los tiempos malos no duran. Tienes que aguantar hasta que pasan.

Joy


–… A veces tienes que animarte.

Lennon


Por supuesto que nos extraño. No es posible querer a alguien durante años y que te deje de importar de un día para el otro. Esos sentimientos no desaparecen a voluntad.

Zorie


Me gustan las cosas que tienen sentido. Las cosas que siguen patrones identificables. Los problemas que tienen solución. Nada de lo que siento por Lennon es así. Pero ¿cómo le digo todo eso sin repetir el baile de bienvenida? No se lo digo. Y ya. Ya me rompieron el corazón una vez. Nunca más.

Y sin embargo…

La esperanza es una cosa terrible.

Zorie


–¿Te gusta estar equivocada?

–Me gusta cuando te pones como un santurrón a defender criaturas de ficción.

Se ríe.

–Defenderé con alegría a todas las criaturas del bosque. Hombres lobo, yetis y, sin lugar a dudas, a todos los wendigos. Pero, ey. Te encantará saber que los wendigos tampoco son propios de California. Así que no tienes que preocuparte porque un monstruo caníbal te cene en medio de la noche.

–Ha sido una conversación fantástica –repongo–. Gracias por calmar mis miedos.

Me sonríe –con la sonrisa cálida y aniñada que conozco y quiero tanto– y se me llena el estómago de mariposas.

–Vivo para darte pesadillas, Zorie.

–Ey –me quejo, cordialmente–. Eso no es bueno.

–Para nada –dice, aún sonriendo.

Y la calidez de esa sonrisa me dura largo rato después de que él se vuelva para seguir al resto del grupo.

Zorie y Lennon


–Me pareció que acampar en lugares agrestes era excitante –se explaya–. Estás solo con tus pensamientos. Sin estrés ni presiones. Sin horarios. Puedes pasarte el día leyendo, si quieres. Tan solo tienes que armar el campamento y hacer lo que quieras. Y me gustó tener que hacerlo yo solo. En casa, todo está hecho. La escuela tiene un cronograma, la cena está servida. Enciendes la tele y está todo programado. Pero cuando estás aquí afuera, nada sucede a menos que lo hagas tú. Y puede que suene extraño, pero siento que estoy haciendo algo real cuando enciendo el fuego y cocino en él. O sea, si fuera el fin del mundo, yo podría sobrevivir. La mayoría de la gente de la escuela se moriría después de una semana o dos de estar al aire libre, les costaría mantenerse calientes y buscar comida, o los atacarían animales salvajes.

Lennon


–Vengo aquí por todo eso, y porque mira este lugar –dice, y hace un gesto en dirección a los árboles–. Es sereno. Cuando Ansel Adams dijo “Creo en la belleza” estaba aquí, en las Sierras. Quizás incluso caminando por este mismo sendero.

Siento una sensación rara de déjà vu, porque eso suena al Lennon que conozco, recitando citas poco conocidas y hablando sobre las luces de la bahía de San Francisco como si fueran mágicas. Así que quizás sí entiendo por qué le gusta el senderismo.

Zorie y Lennon


–Además de todo, nunca sabes lo que puede suceder aquí. Y eso es lo emocionante. Un millón de cosas pueden salir mal.

Gruño.

–No, no quiero oír eso. Me gusta que todo salga bien.

–El mundo no funciona así.

–Así debería funcionar –insisto–. Me gustan los planes que van sobre ruedas. Esa es la belleza en la que yo creo. No hay nada mejor que cuando las cosas salen exactamente como lo esperaba.

–Sé que eso es lo que te gusta –dice, entrecerrando los ojos por el sol para mirarme–. Y eso es cómodo, seguro. Pero también es un alivio saber que cuando los planes salen mal, puedes sobrevivir. Que puede pasar lo peor posible, pero tú puedes lograrlo. Es por eso que me gusta leer historias de terror. No tiene que ver con los monstruos. Tiene que ver con el héroe que los sobrevive y vive para contarlo.

–Me pone contenta que te sientas así –respondo–. Pero no sé si yo me siento igual de cómoda. Algunos no estamos hechos para sobrevivir.

Zorie y Lennon


Un sonido apagado y extraño inunda la carpa, y me toma un momento darme cuenta de que está llorando. Lennon nunca llora. Nunca. Ni de niño, ni cuando nos hicimos mayores. El sonido me destroza el corazón en mil pedazos. 

Instintivamente, extiendo la mano. Cuando la apoyo sobre su pecho tembloroso, la toma con fuerza. No me doy cuenta de si quiere apartarla, y por un instante nos quedamos congelados.

Un momento tenso de indecisión.

Se vuelve, y lo acerco hacia mí, y él entierra la cabeza en mi cuello, sollozando. Siento sus lágrimas calientes sobre la piel, y lo rodeo con ambos brazos. Me inunda su aroma: shampoo, sol y humo, el olor acre del sudor y la fragancia de las agujas de pino. Lo siento más duro, fuerte y mucho más masculino que la última vez que lo abracé. Es como sostener en los brazos a una pared de ladrillos.

Gradualmente, el llanto se detiene, y él se relaja completamente en mis brazos.

Estamos en una cueva desconocida, un poco perdidos. Sin planes y, sin lugar a dudas, lejos de todo sendero.

Pero por primera vez desde que nos fuimos de casa, no siento ansiedad.

Zorie


–¡Tú te diste por vencida! –responde a los gritos–. ¿Por qué luchar por alguien que finge que no existo?

–Estaba tratando de protegerme. Me heriste. Mi mundo se vino abajo.

–TAMBIÉN EL MÍO.

Estoy temblando. Al menos ya se acabó el llanto furioso.

–¡Se supone que no tiene que ser así! –le digo.

–¿Qué cosa?

Lo señalo a él y luego a mí, enojada.

–¡Esto! Si tuviera que ser, sería más fácil. Tal vez el universo nos está tratando de decir algo.

–¿Eh? –se acerca bien a mí. Con toda su altura–. ¿Es así?

–Sí –digo, insegura.

–Realmente quiero saber, Zorie. ¿Qué crees tú que el universo nos está tratando de decir?

–Que nosotros…

Me quedo con la boca abierta, y no puedo terminar la idea. Está demasiado cerca. A centímetros. Tengo el cerebro vacío, desaparecieron las palabras que tenía en la punta de la lengua. No sé qué quiero decir. Ni lo que estoy sintiendo. Solamente tengo la sensación de que hemos llegado a un instante decisivo y que algo está por quebrarse. Es como si la energía entre los dos se hubiera elevado de pronto y ahora estuviera vibrando. Como el letrero que advierte detrás de mí: MANTÉNGASE ALEJADO DEL BORDE. LAS ROCAS SON RESBALOSAS.

–¿Quieres saber lo que pienso? –pregunta Lennon, bajando la cabeza para ponerse al nivel de mis ojos–. Yo creo que si el universo quiere mantenernos separados, está haciendo un trabajo de porquería. Porque no estaríamos aquí juntos si no fuera por eso.

Zorie y Lennon


Sin advertencia, su boca está sobre la mía. Me besa bruscamente. Sin vacilaciones. Pone las manos en mi nuca y me sostiene. Y durante un momento largo, quedo suspendida, congelada, sin saber si quiero apartarlo de mí. Entonces, de repente, me invade el calor, y me derrito.

Le devuelvo el beso.

Y, ay, es increíble.

Relaja las manos y sus dedos se enredan en mi pelo, su lengua suave juega con la mía. Y cuando me quedo sin aire y tengo que alejarme, me besa la esquina de la boca. La mejilla. La frente. Besos en la línea de la mandíbula. Por todo el cuello. En el lóbulo de la oreja… y estoy a punto de desmayarme del placer. Incluso tironea del cuello de mi camiseta para besar la piel que se oculta debajo. Su boca está caliente, y su barba incipiente es áspera pero de la mejor manera posible. Sus besos son largos y lentos e intensos, y tienen mucha, mucha seguridad. Y se siente como si quisiera dibujar un mapa de mi cuerpo, siguiendo un camino de hitos que ha recorrido mentalmente.

Su exploración es incesante, y emito gruñidos extraños que me dan un poco de vergüenza. Pero no puedo parar. Y ahora lucho por poner mi boca sobre su piel, sobre cualquier lugar que esté a mi alcance, y lo rodeo con los brazos y lo acerco a mí, y encuentro su boca y DIOS, ES INCREÍBLE.

¿Cómo pude haberlo olvidado?

¿Se ha vuelto mejor? ¿O soy yo?

Porque Dios mío.

La bruma de la catarata me cubre las piernas y se me aflojan las rodillas. El esqueleto ya no me obedece. Es como si Lennon hubiera apretado un botón secreto y ahora estoy a merced de mi cuerpo, al que le gusta mucho su cuerpo y quiere con desesperación tirarse al suelo y dejar que Lennon haga lo que quiera conmigo, aquí mismo frente a la Voz de la Diosa. Yo haría lo mismo, totalmente. En este momento, soy una casquivana. Una zorra impenitente. Soy un incendio voraz de sentimientos y sensaciones, y no puedo apagarlo.

Ay, guau. No puedo respirar, de verdad. Creo que tengo que aprender a manejar mis modales de casquivana. O al menos aprender a respirar por la nariz cuando estoy besando a alguien.

Zorie


–Zorie –dice, pasándome la mano por la espalda–. Quiero que probemos de nuevo. No quiero que seamos enemigos. O amigos. Quiero… todo. Tú y yo. No me importa más tu padre. Lucharé por nosotros, si es necesario. Encontraremos la manera juntos. Dime que tú también quieres lo mismo.

Lennon


Quiero gritar. Quiero rogarle que vuelva. Quiero estar sola así puedo pensar en cada uno de los detalles de lo que acaba de suceder. Quiero dejar de pensar.

Pero no puedo hacer ninguna de esas cosas…

Zorie


–Creo que siempre estábamos juntos, incluso cuando estábamos separados –afirma, y me toma la mano.

–Sé que es un cliché, pero a veces miraba las estrellas y me preguntaba si tú las estabas mirando al mismo tiempo que yo –admito.

–Cuando miraba las estrellas, nos veía. Tú eras las estrellas, y yo era el cielo oscuro.

–Sin la oscuridad del cielo, no podríamos ver las estrellas.

–Sabía que era útil.

–Eres indispensable.

Zorie y Lennon


–Cuando estábamos separados, buscaba constelaciones y te imaginaba hablándome de ellas. Por ejemplo, el Gran Gato.

–¿El Gran Gato? Querrás decir la Osa Mayor… ¿O Leo?

–¿Cuál es el Gato Mayor?

–No existe el Gato Mayor. Existe Ursa Maior, la Osa Mayor. Es la que contiene el conjunto de estrellas que forma el Carro.

–Hubiera jurado que había una constelación llamada el Gran Gato. El Gato Montés.

–¿Gato montés? –digo, irritada.

–Hubiera jurado que hay una constelación que parece un gato montés con una cola larga. Ahí.

–¿Dónde?

Señala hacia arriba.

–Sentado sobre una cerca.

–¿Quieres decir Taurus?

–¿Taurus es un gato?

–¡Es un toro!

–Ya lo sé –dice, poniéndose de lado junto a mí–. Tan solo quería oírte toda alterada por una estrella.

Zorie y Lennon


–Eres un idiota, lo sabes, ¿no? –me río, y le clavo varias veces el dedo en las costillas.

Da un salto y trata de atraparme el dedo.

–Muy idiota. Si fuera tú, no soportaría semejante porquería.

–¿Ah, sí? ¿Qué debo hacer al respecto? ¿Dejarte aquí tratando de encontrar la constelación del gato y volver al campamento?

Hago como que voy a ponerme de pie.

–Noooo –exclama, y me toma de los brazos para atraerme hacia el suelo de nuevo.

–Vas a hacer que aplaste el telescopio.

Lo toma y lo coloca detrás de él.

–Ahí está. ¿Mejor?

–Bueno, ahora no puedo usarlo.

–No lo estabas usando. Salvo que tengas planeado espiar a los chicos del campamento bíblico. Pero dudo de que vayas a ver algo sórdido, y ambos sabemos que te gusta ver un poco de piel cuando estás espiando… ¡Ey! –grita y se ríe, alzando un brazo para protegerse–. ¡Ay! ¡Deja de pegarme! Yo no te espié cuando estabas desnuda. Soy la víctima.

–No estabas desnudo.

–Cinco segundos más y lo estaba. Si no te hubiera descubierto, ¿habrías dejado de mirar?

Mi silencio me delata.

Lennon me toma de la cintura y me acerca hacia él. Mucho. Tengo los pechos aplastados contra su pecho.

–¿Habrías tomado fotos?

–Me insulta, señor. No uso mi telescopio para espiar a la gente.

Por lo general.

–¿Y se supone que debo aceptar su palabra? Que yo sepa, usted podría haber estado fotografiándome en secreto con su lente espía –dice, muy cerca de mis labios–. ¿Debería preocuparme?

–Por lo que he visto, no tiene nada por lo que preocuparse.

–Me sorprende, señorita. ¿Ha estado observándome cuando hacía cosas malas en mi habitación?

–Siempre dejas las persianas cerradas. Aguafiestas.

Se ríe con esa voz grave que tiene, y el sonido vibra en su pecho y en el mío.

Zorie y Lennon

 

–Voy a besarte accidentalmente.

–Está bien.

Suave y lentamente, sus labios rozan los míos. Su boca es suave, y su mano me recorre la espalda. Dejo escapar un suspiro tembloroso, y me besa.

Una vez, brevemente.

Siento calor en el pecho.

La segunda vez, el beso es más largo.

Un calor que derrite y se derrama en la parte inferior de mi estómago.

A la tercera vez…

Estoy perdida.

Me ahogo en él. Soy pura piel de gallina, endorfinas zumbantes y placer que me recorre el cuerpo. No existe nada más que su boca conectándonos, y meto los dedos dentro de su camiseta para bailar sobre la superficie sólida que es su espalda. No existe nada más que sus brazos envolviéndome como una manta calentita.

No existe nada más que nosotros y las estrellas en el cielo.

Es perfecto. Como si lo estuviéramos haciendo hace años. Como si él supiera exactamente qué me hace temblar, y como si yo supiera exactamente cómo hacerlo gemir. Somos exploradores valientes. Los mejores. Lewis y Clark. Fernando de Magallanes y Sir Francis Drake. Neil Armstrong y Sally Ride.

Zorie y Lennon.

Nos sale tan bien.

Zorie y Lennon


Necesito tener un buen plan. Crearme una especie de búnker mental para protegerme en el caso de que mi mundo se venga abajo.

Zorie


Y mientras busca el cronograma, algo me llama la atención, y pongo los dedos en la esquina de la página para que no pase las hojas.

–¿Qué es eso? –pregunto.

–Uff, no mires –dice, y lo tapa con la mano.

–¿Por qué?

–Porque me da vergüenza.

–Bueno, ahora obviamente olvidaré todo –lo molesto, y le toqueteo las puntas de los dedos–. Muéstrame.

Gruñe, pero suelta la página. Espío por encima de su brazo y descubro dibujos de personas. Parecen personajes de animé, un poco estilizados, con líneas simples y claras, y ojos grandes. Me lleva un momento darme cuenta de que son todas chicas. La misma chica. Repetida una y otra vez desde distintos puntos de vista. Sentada ante un escritorio, haciendo deberes. Comiendo en una mesa de pícnic. Leyendo sentada en una escalera. Tomando café. La mayoría de los dibujos está hecho desde atrás, así que no se le ve bien la cara, pero

Pero

Tiene cabello oscuro y rizado, gafas y usa tela escocesa.

Paso la página lentamente y descubro más dibujos. La misma chica, una docena de veces. Cada dibujo tiene la fecha escrita en la letra cuidadosa de Lennon. Son del otoño pasado. De la primavera pasada. De este verano.

El último es de la semana pasada. La chica está de pie en un balcón, mirando por un telescopio.

Los dibujos son halagüeños. Son tristes. Están llenos de deseo. Son el corazón expuesto de Lennon.

La garganta se me cierra con ternura y dolor. Es un dolor agridulce, uno marcado por lo horrible que ha sido este año para los dos. Intenté con todas mis fuerzas reprimir mis sentimientos por él, meterlos en una cajita y esconderla en un rincón de mi cerebro. Hice todo lo posible por olvidar.

Y Lennon hizo todo lo posible por recordar.

Mis lágrimas caen sobre la página, y la manchan. Trato de secarlas con el dedo, pero la tinta se corre.

–Perdón –susurro–. Son hermosos, y los arruiné.

Cierra el cuaderno y me acerca para secarme las lágrimas de la mejilla con el pulgar.

–No pasa nada –murmura, besándome los párpados–. No los necesito más. Te tengo a ti.

Zorie y Lennon


–La vida es difícil –replica papá, apartándose bruscamente de mí, con los ojos turbios–. Nadie planea nada.

Dan


–… Las cosas no son siempre blanco o negro. Las personas se equivocan porque están dañadas, pero eso no quiere decir que no merezcan perdón. No significa que no puedan cambiar.

Joy


–La pena es escurridiza. A veces piensas que has superado algo, pero en realidad te has estado mintiendo a ti misma. Si no le haces frente, la pena se quedará hasta que lo hagas, llevándose poco a poco pequeñas partes de tu vida. Ni siquiera te das cuenta de que está sucediendo.

Joy


 … Si tengo un plan para algo que me genera estrés, si he considerado todos los ángulos y posibilidades, entonces lo tengo bajo control. Estoy a cargo. Nada puede sorprenderme, porque si planeo con cuidado, entonces estoy preparada para cualquier eventualidad.

Pero no lo estoy. Porque no se puede tener todo bajo control.

Zorie


Y a veces, a veces, te das por vencida con tu mejor amigo, pero él no contigo.

Zorie


–Estaba tan preocupada por lo que pasaría si papá y tú se divorcian, porque no podía soportar la idea de que me obligaran a vivir con él. Me imaginé que decidías que ya habías hecho suficiente criando una hija que no es tuya, y que mi vida volvería a hacerse pedazos. Perdería otra madre.

–Eso no sucederá jamás –afirma, y me toma de los hombros–. ¿Me oyes? Tú eres la razón por la que acepté continuar con este matrimonio. Tú, no él.

–¿Qué? –pregunto, confundida.

–Me quedé por ti. Porque me necesitas, y yo te necesito a ti –me toma el rostro entre las manos–. Estoy criando a mi hija. Eres mía. No hace falta haberte dado a luz para amarte, dulzura.

Estoy llorando, y creo que ella también. Nos pedimos perdón entre susurros, y me abraza como lo hace siempre, tan fuerte que duele.

Y es un dolor lindo.

Zorie y Joy


De pronto, me doy cuenta de que tengo que dejarlo ir. Los planes. Controlar todo. No sirve. Los mejores planes muchas veces se vuelven una mierda.

Zorie


No puedo estar siempre con la guardia alta, tratando de prevenir las catástrofes, controlando y delimitando todas mis expectativas.

Zorie


A partir de ahora, nada de planes. Nada de tratar de controlar cada detalle de mi vida. Puedes planificar un rumbo para llegar a destino, pero no puedes predecir con qué te cruzarás por el camino. Así que voy a dejar que la vida suceda, y enfrentaré lo que venga, sea lo que sea.

Empezando ahora.

Zorie


Planear no te salva de todo. El cambio es inevitable y la incertidumbre es un hecho. Y si planeas tanto que no puedes funcionar sin un plan, la vida no es divertida. Ni todos los calendarios, los cuadernos y las listas del mundo te salvan cuando el cielo se desploma. Y tal vez, tal vez, he estado usando mis planes no tanto como mecanismo de supervivencia sino como una excusa para evitar todo aquello que no puedo controlar.

Pero eso no quiere decir que prepararse sea malo. Los planes son útiles cuando sales por la salida equivocada de la cueva y tienes que encontrar el camino correcto.

Cuando todo lo que puedes hacer es poner un pie delante del otro, y seguir adelante.

–Estaremos bien –me dice mamá, y le creo.

Zorie y Joy


… La abuela Esther se quedó con nosotras por unos días para ayudarnos con lo que ella denomina la Purga. No se trata de la película de terror del mismo nombre, pero casi que podría serlo, porque implica interminables horas de trabajo para deshacernos de todo lo que no nos ayude a seguir adelante.

Es tan malo como suena. Y por más que adoro a la abuela Esther, me está empezando a volver loca. Y parece que mamá siente lo mismo.

–La voy a asesinar –me dice cuando estamos solas.

–Por favor, no lo hagas –le suplico–. Su cadáver sería otra cosa más que tenemos que cargar hasta el porche. Parece liviana, pero también parecía liviana la caja de zapatos que acabo de bajar.

–Claro. Bien pensado. Esperaremos hasta que esté afuera. Tú la haces tropezar, y yo la empujo a la calle.

–¿Quién nos cocinará?

–Maldición, Zorie. ¡Estoy intentando planear un asesinato!

–No creo que puedas matarla. Tiene demasiada energía. No es normal.

–Imagínate crecer con ella –replica–. Es un milagro que yo no haya terminado en la cárcel.

Zorie y Joy


–Hay un eclipse lunar esta noche. 

Ajá. Tiene razón. Hay un eclipse. Ahora lo recuerdo.

Me sonríe con ternura.

–Sé que no es lo mismo que una lluvia de estrellas y que la vista no es tan buena como en Cerro del Cóndor, pero prometí llevarte a ver las estrellas. Y estoy cumpliendo la promesa.

Me quedo sin aliento. Me cuesta encontrar las palabras, y después de contemplar como tonta la terraza, alzo la vista hacia Lennon y parpadeo.

–No sé qué decir. Es una de las cosas más amables que alguien ha hecho por mí.

–No lo sé… Creería que rescatarte de un oso enojado suma algunos puntos.

–Es cierto –me río–. Pero te dejé ganarme al póquer, y te di casi todos mis M&M. Si eso no es amor, no sé qué es.

De pronto, me doy cuenta de lo que acabo de decir.

Él también.

Me toma de la mano, pasa el otro brazo alrededor de mi cintura y me acerca hacia él.

–Me pone tan contento escuchar eso.

–¿Sí? –susurro.

–Sí. Porque yo también te amo.

–¿De verdad? –pregunto, y se me pone la piel de gallina.

–Siempre te he amado –murmura–. Y probablemente siempre lo haga. Eres mi mejor amiga, y mi familia. El año en que te estuve esperando fue el peor de mi vida, pero valió cada segundo. Si tuviera que volver a pasar de nuevo por todo para poder abrazarte, lo haría.

–Bueno, yo no –digo, con los ojos rojos–. Porque yo también te amo, y no soporto estar separada de ti ni un minuto más. Así que deja de atraer a la mala suerte.

–Me amas –afirma, con una sonrisa tonta de oreja a oreja. Baja la cabeza hasta rozar la nariz con la mía.

–Por supuesto que te amo. Eres mío, y no puedo volver a ser solamente amigos. Así que si tenemos que dormir en el bosque o pelearnos con nuestras familias, entonces es lo que haremos. No quiero vivir una vida sin ti.

Zorie y Lennon


–Dímelo otra vez –dice, y me besa el cuello, por debajo de la oreja.

Una calidez me recorre la piel.

–No puedo pensar cuando haces eso.

–Dejo de hacerlo, entonces.

–Ni se te ocurra.

–Dímelo otra vez –repite, besándome la cara.

–Eres mío.

–Lo otro.

–Te amo.

Se aparta para poder verme, curva los labios y deja escapar un suspiro profundo. Su sonrisa es monumental.

–Es lo mejor que he escuchado en mi vida. Voy a necesitar escucharlo muy seguido. Tengo el ego muy frágil.

Río, y me seco una lágrima.

–Tu ego jamás ha sido frágil.

–Lo es cuando estoy contigo.

Lo beso debajo de la barbilla, y tiembla de placer.

–Yo tampoco puedo pensar cuando me haces eso.

–Mejor. No pensemos. Está sobrevalorado.

Zorie y Lennon


–Es cierto que dijiste que no llevas ningún cadáver en la parte posterior de tu coche fúnebre.

–Está completamente libre de cadáveres –me asegura–. Y no será una carpa en medio del bosque, pero es bastante privado. Puede ser que hasta haya una manta y una almohada. Sabes que me rijo por el lema de los niños exploradores. Siempre listos.

–Es lo que más me gusta de ti.

–Cuando estábamos en la carpa, dijiste que era otra cosa –murmura, sonriendo mientras me atrae hacia él.

–Estaba muerta de hambre y asustada y no pensaba bien. Es probable que haya dicho muchas cosas. Tendrás que recordármelo.

–¿Sí? Bueno, estoy con ganas de resolver un misterio. ¿Qué te parece? ¿Quieres jugar a los detectives con el chico que amas?

Sí. Por supuesto que sí.

Zorie y Lennon


La incertidumbre no siempre es mala. A veces puede estar llena de un potencial extraordinario.

Zorie

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