Frases: Como el hielo de Jennifer L. Armentrout

   
Unos brazos fuertes me rodearon la cintura por detrás. Alguien me levantó del taburete y dejé de gritar cuando choqué contra una pared de músculo. Me quedé atrapada en un abrazo de oso que olía a aire fresco y a una colonia suave.

Solo había una persona en el mundo que me diera esos abrazos, que estuviera así de firme…, que fuera tan agradable.

La voz grave de Kyler me resonó por todo el cuerpo.

    —¿Cuándo has llegado?

Mis pies seguían sin tocar el suelo.

—Hace un ratito —jadeé agarrándome a sus antebrazos por encima de su suéter.

—¿Y qué has estado haciendo? ¿Esconderte de mí?

Paul se apoyó en la barra y sonrió, pero estaba tenso. Tampoco podía culparlo. Kyler siempre aparecía de repente y se adueñaba de todo.

—No me estaba escondiendo —le dije sonrojándome al mirar a Paul—. ¿Y puedes dejarme en el suelo?

—¿Qué pasa si no lo hago? —bromeó—. Eres tan pequeña que podría meterte en mi bolsillo.

—¿Qué? —Me reí—. Bájame, idiota. Estaba hablando con Paul.

—Lo siento, Paul, te la voy a robar. —Kyler no lo sentía en absoluto.

Reculó sin darme ninguna alternativa, porque era imposible que pudiera liberarme de su abrazo. Se dio media vuelta, se sentó en una silla cerca de la mesa en la que había estado antes y me colocó sobre su regazo, donde me senté de lado. Me rodeó la cintura con los brazos—. Me tienes muy descontento, Syd.

Alcé una ceja con el corazón desbocado. Era la única persona que me llamaba Syd; bueno, era el único al que le dejaba hacerlo sin darle un puntapié en la espinilla—. ¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Porque estás hablando con ese imbécil.

—¿Qué imbécil?

Se inclinó hacia delante, apoyó la frente en la mía y me quedé sin aliento. ¿Por qué siempre tenía que acercarse tanto? Y la verdad era que lo hacía siempre.

—Paul.

—¿Qué pasa con Paul? —Le posé las manos en los hombros para empujarlo, pero él apretó los brazos y me inmovilizó—. ¿Estás borracho?

—¿Si estoy borracho? ¿Ahora vas a herir mis sentimientos, Syd?

Sonreí.

—Tú no tienes sentimientos.

—Vaya, vaya. Eso ha sido una grosería. —Bajó sus larguísimas pestañas y ocultó los ojos mientras agachaba la cabeza y frotaba la mejilla contra la mía. Yo le clavé los dedos en los hombros, presa del deseo—. Claro que tengo sentimientos, Syd.

Sydney y Kyler


—¿Te sigue pareciendo bien que deje el coche en tu casa mañana y me lleves a casa cuando bajemos de Snowshoe?

—Claro. ¿Por qué no iba a parecerme bien?

Encogí un hombro.

—Solo quería asegurarme.

Y entonces Kyler se puso serio de golpe, demostrándome que no estaba bebido en absoluto.

—No tienes por qué asegurarte de esas cosas, Syd. Si necesitas que alguien te lleve a donde sea a las dos de la mañana, puedes llamarme.

Agaché la cabeza.

—Ya lo sé.

—Aunque querría saber lo que estabas haciendo a esa hora de la madrugada —añadió, como si la idea de que yo estuviera por ahí tan tarde fuera inconcebible—. Lo que quiero decir es que, si lo hubieras tenido claro, no tendrías por qué haber confirmado una cosa como esa. Puedes contar conmigo.

Me eché el pelo hacia atrás y asentí.

—Gracias.

—No tienes por qué darme las gracias.

Sydney y Kyler


Pasó por mi lado y salió sin importarle que alguien pudiera verlo medio desnudo. Pude verle los músculos de la espalda con todo lujo de detalle. Tenía un tatuaje —unas letras hechas con trazos desiguales— que resbalaban por su espina dorsal. Era una especie de mensaje tribal que se había hecho cuando cumplió los dieciocho. Yo no tenía ni idea de qué significaba. No lo sabía nadie.

Pero no era el único tatuaje que tenía. Sonreí.

Había perdido una apuesta con Tanner por un partido de fútbol y había acabado con un corazón rojo tatuado en la nalga derecha.

Kyler era un hombre de palabra.

Sydney


—¿Puedes ponerte una camiseta? ¿Y quizá también unos pantalones?

Kyler arqueó una ceja.

—Creo que ya me has visto desnudo, Syd.

Me acaloré muchísimo, cosa que fue muy inapropiada teniendo en cuenta las circunstancias de cómo lo había visto desnudo.

—Tenías unos cinco años y tenías varicela. No parabas de quitarte la ropa.

Esto no es lo mismo.

—¿Y qué ha cambiado?

¿De verdad tenía que explicárselo?

Se rio entre dientes, se separó de la encimera y se acercó a mí. Allí sentada, estaba a su altura. Kyler era ridículamente alto, medía casi 1,90 cm. Y yo era superbajita, medía poco más de metro y medio. Cuando estaba con él me sentía como un pitufo.

Sydney y Kyler


Cuando vio que no me movía, se le escapó un rugido y me posó las manos en las caderas. Me levantó de la encimera sin ningún esfuerzo y me dejó en el suelo. Después me dio una palmadita en el culo que me hizo salir de la cocina.

Me dejé caer en el sofá mientras lo fulminaba con la mirada.

—¿Contento?

Kyler ladeó la cabeza y pareció que quisiera decir algo, pero al final solo sonrió.

—Esta semana voy a enseñarte a utilizar el snowboard. Lo sabes, ¿verdad?

Me reí mientras me reclinaba en los almohadones del sofá.

—Buena suerte.

—Tienes muy poca fe en mí. Soy muy hábil.

—Estoy segura de que sí —contesté con sequedad mirando fijamente el árbol de Navidad raquítico que tenía delante de la ventana.

Kyler se deshizo en carcajadas y me puse tensa.

—¿No te gustaría averiguar hasta dónde llegan mis talentos?

Sydney y Kyler


Me puse a pensar cosas todavía más raras. Recordé la vez que trepé a un árbol para meterme en su habitación. Ella había tenido mononucleosis y nuestros padres nos habían prohibido vernos por motivos evidentes, pero yo estaba muy preocupado por ella. Syd siempre había sido muy menuda, y yo tenía la sensación de que debía cuidar de ella.

Aquel día me caí del maldito árbol y casi me rompo una pierna.

Nuestros padres dejaron de intentar separarnos después de aquello, porque una semana después yo terminé con mononucleosis de todas formas. Pero ella se había puesto muy contenta cuando yo conseguí, al fin, meter mi estúpido culo en su habitación. A pesar de lo enferma que estaba, cuando me vio esbozó una sonrisa que le iluminó toda la cara, le brillaron los ojos y todo eso.

Siempre me habían encantado sus ojos.

Y siempre había sido así. Año tras año, cuando me veía, siempre sonreía y se le iluminaban los ojos, y se le ponían tan azules que no podía evitar pensar en lo preciosos que eran.

Kyler


Antes de que pudiera decir una palabra, me agarró de las caderas. Me quedé sin aliento al notar el contacto, tan íntimo. Era la segunda vez ese día que me agarraba de las caderas. No es que quisiera quejarme, pero se me calentó la sangre, se me encogieron los dedos de los pies y mi pobre cuerpo no lo soportaba.

—Ven —dijo en voz baja—. Eres tan pequeña como un chihuahua. Te vas a hacer daño.

Kyler me sacó del Durango y yo me agarré a sus brazos. Sus durísimos músculos se flexionaron bajo mis manos y reprimí la contestación ingeniosa que me vino a la mente. Me estaba tocando, cosa que significaba que probablemente ya no estuviera enfadado conmigo y, teniendo en cuenta que me estaba agarrando de las caderas, yo ya ni me acordaba de por qué me había enfadado con él.

—Eso es, sana y salva.

Sydney y Kyler


No. Jodas.

Y eran las dos peores palabras en las que podía haber pensado, porque ahora estaba pensando en eso, y Kyler me estaba mirando como si no hubiera visto a una chica en sujetador y bragas en su vida, y ya sabía que no era precisamente el caso. Pero me estaba mirando de una forma que debía de ser fruto de mi imaginación después de tantos años de esperanzas inútiles, porque vi calor en sus ojos, una intensidad que sentí como si fuera una caricia resbalando por mi piel acalorada. Se me separaron los labios y se me aceleró el corazón; me palpitaba en cada poro de la piel.

Me estaba mirando como había dicho que lo hacía Paul.

Kyler nunca me había mirado así.

Sydney


—Ah. Tetas. Eso tiene sentido —murmuré metiéndome el teléfono en el bolsillo de atrás. Andrea daba muy buenos consejos.

—¿Estás hablando sola sobre tetas? —me preguntó Kyler por detrás.

Se me escapó un gritito y me di media vuelta.

—Dios…

Esbozó media sonrisa supersexy.

—Voy a tener que vigilarte mejor, si de eso es de lo que hablas cuando estás sola.

Quería meterme debajo de uno de los taburetes del bar y morirme.

—Es Andrea.

Ladeó la cabeza.

—¿Estás hablando de las tetas de Andrea?

—No. De mis tetas.

El interés le oscureció la mirada.

—Esto se pone interesante.

Cerré la boca, me dieron ganas de autolesionarme.

—No, no importa. Tengo que irme.

—¿Adónde? —Me cogió del brazo cuando pasaba por su lado y me obligó a parar en seco. Había tanta gente que nuestros muslos se rozaron. Kyler agachó la cabeza y entornó los ojos. Sonrió y se le separaron los labios—. Estás borracha.

Sydney y Kyler


—Tendríamos que haber venido en coche.

—Tú querías pasear. —Se quitó la sudadera—. Toma, ponte esto.

Negué con la cabeza y empecé a bajar por la colina, pero Kyler se plantó delante de mí suspirando y apretó los dientes.

—Levanta los brazos.

—¿Y qué pasa si no quiero?

Apretó los labios mientras me tendía la sudadera.

—Te inmovilizaré y te vestiré yo mismo.

Eso me pareció divertido. En realidad, me gustaba más la idea de que me inmovilizara y me desnudara. Suspiré, completamente perdida en la fantasía. Podríamos ser como dos conejitos liándose en la nieve.

Kyler se acercó a mí y agachó la cabeza.

—¿En qué estás pensando?

—En conejitos —contesté.

Soltó una risotada.

Sydney y Kyler


La nieve seguía cayendo con suavidad, pero sin descanso, y se me posaba en la cabeza y los hombros. Me dieron ganas de echar la cabeza para atrás y sacar la lengua para capturar algunos copos de nieve, pero acabé estirando los brazos, echando la cabeza para atrás y aullando:

—If you want a woman with a tight little kitty, then find one with itty bitty titties!

Kyler me cogió por la cintura y se rio.

—Dios, estás muy borracha.

—¿No has escuchado esta canción? —Me apoyé en él y le rodeé la cintura con los brazos, pero acabé cogiéndolo de las caderas. Un poco raro—. Es de Haven Palen Pole.

Me levantó un poco.

—Querrás decir David Allen Coe, nena.

Fruncí el ceño.

—Es lo que he dicho.

—Si tú lo dices…

Anduvimos, o nos arrastramos juntos, como un metro y después choqué contra un buzón.

—¡Ese puto buzón se ha abalanzado sobre mí!

Kyler se paró y negó con la cabeza.

—Ahora mismo eres un peligro para tu propia integridad.

—Estoy bien. —Lo aparté y rodeé el objeto inanimado mirándolo mal—. Te estoy vigilando.

—Deja que te ayude —se ofreció—. ¿Vale? Así podré asegurarme de que los dos llegamos a casa de una pieza y nos mantendré a salvo de los buzones ninja.

Parecía un buen plan, pero cuando Kyler me cogió de la cintura y me levantó, tumbándome prácticamente sobre su hombro, no me lo esperaba. Se me escapó un grito y empecé a retorcerme automáticamente.

—Compórtate.

Me dio un cachete en el culo.

—¡Oye!

Me dio otro cachete y yo le di un puñetazo en los riñones. Yo tenía el culo demasiado frío como para que me ardiera, pero el rugido que se le escapó a él me hizo sonreír.

Sydney y Kyler


Se contoneó sobre mi regazo hasta que tuvo una pierna a cada lado de las mías y suspiró.

—Voy a dormir.

Me di media vuelta para que no resbalara de mi regazo y se cayera al suelo. Sonreí contra su cabeza agachada.

—¿Vas a dormir así?

—Ajá.

Volví a reírme.

—No puedes dormir encima de mí.

Se acercó un poco más haciéndose un ovillo. Se me puso la piel de gallina en los brazos.

—¿Por qué no? —preguntó con un quejido lastimero.

—Porque es incómodo. —Le aparté el pelo de la cara inclinándome hacia atrás para mirarla. Once pecas. Tenía once pecas que le salpicaban la nariz y las mejillas. Tenía las pestañas espesas pegadas a las mejillas. ¿Estaba dormida?—. ¿Syd?

Sydney y Kyler


Al final, me senté a su lado y le subí la manta por el hombro desnudo. No quería que cogiera frío. Empecé a levantarme, pero ¿y si vomitaba o necesitaba algo en plena noche? Syd nunca bebía de esa forma. Solo Dios sabía lo que podía pasar.

Era muy posible que estuviera exagerando, pero me tumbé a su lado. Un segundo después, Syd, completamente dormida, se puso de lado, se acurrucó contra mí y me apoyó la cabeza en el pecho posándose las manos por debajo de la barbilla. Vaya. Podría haberme levantado y haberme ido a mi habitación. Podría haber puesto la alarma del despertador para entrar a ver cómo estaba a intervalos. Podría haberle dejado una papelera al lado de la cama.

Pero no lo hice.

Me quedé.

Kyler


Al principio, no tenía nada en contra. Se ganaba un buen sueldo —en realidad se ganaba muchísimo dinero—, sería dueño de mi tiempo y podría viajar, pero no me gustaba el trabajo.

No era lo que yo quería hacer, lo que me emocionaba.

Kyler


Yo nunca me había acostado con una chica que no supiera lo que estaba haciendo. Si me parecía, aunque solo fuera por un segundo, que la chica estaba demasiado borracha, no pasaba nada. Como había ocurrido con Mindy.

Kyler


Kyler me estaba agarrando de las mejillas, y sus ojos marrones eran prácticamente negros.

—¡Sydney! Di algo, nena. Háblame.

Mi lengua parecía un ovillo de lana.

—Au.

Se me quedó mirando un momento y después se rio. A continuación me sentó y me pegó a su pecho. Estaba tan calentito que quise acurrucarme contra él.

—Joder, me has dado un susto de muerte.

¿Qué había hecho, aparte de haber estado a punto de morir atropellada? Enterré la cabeza en su suéter agarrándome a sus costados.

—Creo que he visto cómo pasaba mi vida ante mis ojos. Era bastante aburrida.

Me estrechó un poco más fuerte, tanto que pensé que me iba a aplastar alguna costilla.

—No creí que pudiera llegar a tiempo, ese… —Se le apagaron las palabras y me pegó los labios a la frente congelada—. Ya sé que tendría que haber salido cuando te he visto coger la pala, pero sé que te gusta hacer ese rollo. —Se hizo una pausa y entonces maldijo de nuevo—. Syd…

—Estoy bien. —Y lo estaba, aparte de un poco conmocionada y tener el culo empapado y congelado—. No me ha visto. Ha faltado poco.

—¿Que no te ha visto? —Kyler se apartó hecho una furia—. Es imposible que ese imbécil no te haya visto.

—¿Qué?

Kyler se levantó y me ayudó. Me tambaleé un poco y él aguardó un momento, mientras el viento nos azotaba y nos lanzaba ráfagas de nieve gélida.

—El muy idiota ha tenido que verte. ¡Yo te veía desde el porche!

Se me aceleró el corazón.

—Pero…

—Te ha visto. —La rabia le endureció la voz, tanto que daba un poco de miedo—. Venga. Vamos dentro, tienes que entrar en calor.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba diciendo, me cogió en brazos y empezó a caminar hacia los escalones del porche.

—Puedo caminar —protesté.

—Esto me hace sentir mejor, así que no discutas conmigo.

Abrí la boca con la intención de discutírselo, pero cuando lo hice me entró un montón de nieve dentro y me dio un ataque de tos. Muy atractivo. Cuando entramos, Kyler no me soltó hasta que estuvimos en la sala de estar y delante de la chimenea.

Sydney y Kyler


—Ya sabes que he estado estudiando biología, ¿verdad? Y también he estudiado algunas asignaturas de mates.

—Sí —dije relajándome contra él. No pareció importarle, porque se cambió de postura para que pudiera apoyarle la cabeza en el pecho y me rodeó con los brazos—. Pensaba que tenías alguna lesión cerebral que te empujaba a asistir a esas clases.

Se rio.

—No, mi cerebro funciona bien, la mayor parte del tiempo. —Se hizo una pausa, y entonces añadió—: Estaba pensando en estudiar veterinaria después de graduarme.

Se me cerraron los ojos y noté un aleteo en el corazón. Kyler siempre había tenido debilidad por los animales. Una vez, cuando íbamos a tercero, había encontrado una paloma en el patio. Tenía el ala rota y, si la hubiera dejado sola, lo más probable es que hubiera muerto. Montó un escándalo en clase, se negó a sentarse en su sitio hasta que el profesor le dio una cajita. 

Kyler había salido al patio a recoger el pajarillo. También había hecho que su madre llevara la paloma al veterinario. A una paloma, un animal por el que nadie se preocuparía ni un segundo. Se convirtió en mi héroe automáticamente.

—¿Syd?

Su voz destilaba incertidumbre, como si creyera que yo pudiera pensar que era una locura dejar una carrera con la que podía ganar millones por otra en la que la mayor recompensa sería ayudar a los animales.

Respiré hondo y me pegué más a él. No podía tener a Kyler de la forma que yo quería. Ya lo sabía, y lo aceptaba. La versión borracha de mí no lo aceptaba, claro, pero por lo menos me sentía muy orgullosa de que fuera mi amigo.

—Creo que es una idea genial.

—¿Sí?

Parecía sorprendido.

Sonreí.

—Creo que es maravilloso. La veterinaria te apasiona. Deberías hacerlo.

Kyler no contestó, pero noté cómo se relajaba un poco. Algo que no había notado hasta entonces. Quizá fuera lo que necesitaba: reafirmación.

Mientras estábamos allí sentados en silencio, viendo cómo las llamas proyectaban sombras danzarinas en las paredes de madera, me di cuenta de otra cosa. Aunque sabía que lo único que iba a haber entre nosotros era amistad, lo quería.

Oh, Dios…

Siempre iba a amar a Kyler Quinn.

Estaba bien jodida.

Sydney y Kyler


—¿Sabes? Nunca he entendido por qué te gusta venir. No te gusta esquiar ni nada de eso.

Me mordí el labio inferior.

—Me gusta estar contigo; con todos. —Me sonrojé—. Me gusta venir con todos.

Kyler alargó la mano y, a oscuras, encontró el mechón de pelo que tenía junto a la mejilla y me lo puso detrás de la oreja.

—Me alegro de que hayas venido.

Sentí una gran calidez al escucharle decir eso.

—Pero solo porque, si no hubiera venido, ahora estarías solo.

Se echó a reír y después miró hacia la ventana mientras el viento aullaba.

—No, ese no es el único motivo.

Se me desbocó el corazón.

Kyler cogió el extremo de la manta.

—Échate a un lado.

Abrí los ojos como platos.

—¿Qué?

—La casa se va a enfriar y sé que no duermes por culpa del viento. Me quedaré contigo hasta que te duermas. —Guardó silencio un momento—. Además, me estoy congelando sin camisa.

—Vale.

Contesté tartamudeando como si fuera idiota mientras me hacía a un lado. Después me volví hacia el otro lado, porque estaba convencida de que sería incapaz de mirarlo estando en la misma cama.

Se metió debajo de las sábanas y, aunque estábamos separados por algunos centímetros, podía sentirlo. Fue muy raro, pero se me calentó toda la espalda y me costó muchísimo ignorar la necesidad de echarme hacia atrás y pegarme a él.

—¿Te parece bien? —Parecía que me estuviera hablando al oído—. Supongo que debería habértelo preguntado antes de decirte que te hicieras a un lado, ¿no?

—Sí —susurré—. Me parece bien.

—Bien. —Se puso de lado y supe que estaba de cara a mí. ¡Estábamos haciendo la cucharilla! Pero no nos estábamos tocando, así que supuse que no contaba—. Porque me parece que esta cama es mucho más cómoda que la mía, y no me quiero marchar.

Yo no quería que se fuera. Aquello era el paraíso para mí. Cerré los ojos y me empapé de su cercanía como si fuera mi sol personal.

Sydney y Kyler


Syd podría haber acabado herida, o algo peor. Y había ocurrido dos veces en dos días. Sentí una mezcla de horror y rabia, una bola tangible que se me asentó en el estómago. Podría haberla perdido, y la verdad era que no sabía cómo podría vivir sin Syd. No quería ni pensarlo.

Kyler


La puerta se abrió de golpe y por poco me da. Grité y me llevé las manos al pecho, aunque no estaba muy segura de que tuviera mucho sentido, teniendo en cuenta que me había estado acariciando hacía solo unos minutos, y Kyler entró en el baño con pinta de estar a punto de abalanzarse sobre un oso enorme.

Sus ojos marrones se pasearon por cada uno de los centímetros de mi piel. Se puso delante de mí y me agarró de los hombros.

—Estás sangrando.

Parecía enfadado.

Kyler entornó los ojos y apretó los dientes.

—Me has dicho que estabas bien.

—Y lo estoy —dije con un hilillo de voz.

—Normalmente, cuando alguien está sangrando significa que no está bien.

—Negó con la cabeza y me soltó los hombros—. Dios. Siéntate y deja que te cure.

—No puedo sentarme.

Hice una mueca de dolor.

Kyler agachó la cabeza hasta quedar prácticamente a mi altura. Desde tan cerca, apenas podía distinguir la diferencia entre sus pupilas y sus iris.

—¿Por qué no puedes sentarte?

Me cambié el peso de pierna sintiéndome muy vulnerable, teniendo en cuenta que no llevaba camiseta y todo eso.

—Tengo un trozo de cristal clavado en la piel, y creo que si me siento será peor.

—¿Qué? —gritó, y yo me estremecí—. ¿Por qué diantre no me has dicho nada abajo?

—Porque no sabía que lo tuviera clavado, y en realidad no es para tanto, pero…

—Pero si ni siquiera eres capaz de quitarte una astilla. Dios, Syd…, ¿dónde está?

Señalé el minúsculo pedazo de cristal.

Kyler se puso de rodillas y yo abrí los ojos como platos. Se me llenó la cabeza de indecencias, completamente inapropiadas en aquel momento, pero seguía teniendo el botón de los vaqueros desabrochado y, bueno…

—No lo veo —dijo—. Tendrás que bajar, hay más luz.

—Estoy…

—No estás bien y no pienso dejar que me discutas esto. —Kyler apretó los dientes, alargó la mano y cogió una toalla del toallero. Me la puso sobre los hombros—. Vamos.

Como era consciente de que Kyler sería capaz de arrastrarme hasta el piso de abajo, salí del baño con él y lo seguí hasta el salón. Me dijo que lo esperara allí mientras entraba en el baño del pasillo y salía con un bote de agua oxigenada y un botiquín de primeros auxilios.

Suspiré. Aquello no me iba a gustar. Ya sabía que podía ser peor. Podría tener que sacarme el perdigón.

Sydney y Kyler


—Mierda, es un trozo de cristal.

—Ya te lo he dicho.

Agachó la cabeza y le cayeron algunos mechones en la frente mientras rebuscaba en la cajita con la cruz roja.

—No puedes dejártelo ahí, Syd. Se infectará.

—No estaba sugiriendo dejarlo ahí. Solo esperaba que mi piel lo escupiera de forma rápida y natural.

Se rio mientras cogía un par de pinzas, cosa que me hizo tragar saliva con fuerza. Me asaltaron un montón de imágenes de mí corriendo y gritando como una loca cada vez que mi madre se me acercaba con aquel minúsculo instrumento. Kyler las sostuvo con sus dedos elegantes y levantó la vista.

—Te estás poniendo un poco verde, Syd.

—No me gustan las pinzas —gimoteé.

Esbozó una sonrisita.

—No te va a doler.

—Eso es lo que dice todo el mundo, pero sé que no es verdad. Me va a doler, porque vas a empezar a escarbar y… —No voy a escarbar. Habré terminado antes de que te des cuenta. Te lo prometo.

Quería salir corriendo de allí, pero me obligué a aguantar como una adulta.

—Vale.

—Pareces afligida —comentó remetiéndome las puntas de la toalla en los vaqueros para dejarme la tripa al descubierto. Me colocó los dedos a ambos lados de la astilla de cristal y tensó la piel.

Me acercó las pinzas a la piel y yo reculé.

—Deja de moverte, cobarde.

—Cállate.

Se rio.

—No voy a poder hacer nada si no dejas de retorcerte cada vez que me acerco al cristal. Retrasándolo solo conseguirás empeorarlo.

Parecía lógico, pero en ese momento yo no era ninguna admiradora de la lógica. Después de conseguir recular más de treinta centímetros, Kyler consiguió arrinconarme entre él y la encimera, y me distrajo.

Sydney y Kyler


Kyler suspiró.

—¿Por qué tienes que hacerlo todo tan difícil?

—No es verdad.

Me clavó los ojos y me agarró de las caderas. Después me subió a la encimera sin darme ninguna alternativa.

—Ya está.

—Cabrón.

Me ignoró.

—Enséñame el pecho.

Me puse como un pimiento.

—¿De verdad tengo que recordarte que ya te he visto las…?

—¡No! —grité horrorizada—. No hace falta que me lo recuerdes. Eso no facilita las cosas.

Se le movieron los labios como si estuviera reprimiendo una sonrisa.

—Te prometo que tendré una actitud completamente profesional.

Eso tampoco me hacía sentir mucho mejor.

Levantó las manos.

—¿Qué te parece esto? Te trataré como si fueras un gato o un perro que necesita que lo examinen.

—¿Qué? —Lo miré frunciendo el ceño—. Vaya, muchas gracias.

Kyler se rio.

—Venga, Syd, deja de actuar como una chica.

—¡Soy una chica!

—Créeme, ya lo sé. —Antes de que pudiera interpretar el tono ronco de su voz, alargó las manos y agarró la toalla—. Suelta la toalla.

—No.

La agarré con fuerza.

—Sydney —rugió—. Suelta.

Como vi que no pensaba dejarme en paz porque se había puesto en plan enfermero, clavé los ojos en uno de sus hombros y solté un poco la toalla. La tela se bajó un poco por la parte de delante.

Sydney y Kyler


Era una lástima que la vida no tuviera un botón para rebobinar. Porque no pararía de apretarlo.

Sydney


Eso no era lo que yo quería, pero lo habría aceptado. No estaba muy segura de qué decía eso de mí; quizá, que podía querer tanto a alguien que sería capaz de aceptar cualquier cosa. Y no estaba bien. Era el colmo de la debilidad.

Sydney


Sentí un dolor en el pecho al que estaba empezando a acostumbrarme.

Sydney


Cuando paró de tocar, levantó la barbilla y nos miramos a los ojos. Tenía la garganta apelmazada y no podía hablar, pero era incapaz de apartar la mirada. Pasaron muchas cosas entre nosotros durante ese silencio: palabras que era mejor no decir, y verdades que jamás deberían haber salido a la luz.

Sydney


Syd era mejor y se merecía más. Y aunque yo solo había tenido rollos puntuales, a ella le habría dado más si ella hubiera querido.

Se lo habría dado todo si me lo hubiera pedido.

Era muy probable que yo jamás fuera lo bastante bueno para ella, y sabía que no podía deshacer todo lo que había hecho en mi vida. No podía viajar en el tiempo y borrar a todas las chicas con las que lo había hecho, chicas a las que Syd me había visto llevarme a casa una tras otra, pero maldita sea, si me lo hubiera pedido, yo le habría confesado lo que sentía por ella. 

Kyler


—Claro que lo entiendo —prosiguió con un brillo en los ojos que me dejó inmóvil—. No soy lo bastante buena, o lo bastante lo que sea para ti. No importa que estuviera enamorada de ti… —Palideció—. Oh, Dios mío…

Y entonces el mundo se paró. La gente dice que estas cosas pasan cuando escuchas algo completamente inesperado o sorprendente, y pensaba que quienes decían esas cosas no eran más que una panda de melodramáticos, pero era verdad. El mundo se paró justo en ese instante.

¿Syd estaba enamorada de mí? ¿Había estado enamorada de mí?

—Oh, Dios mío —volvió a susurrar.

Me planté delante de ella tan rápido que no recuerdo haberme movido. La cogí de las mejillas y le eché la cabeza hacia atrás para que tuviera que mirarme a los ojos.

—¿Qué acabas de decir?

Parecía que estuviera a punto de vomitar.

—Nada, no he dicho nada.

—Y una mierda. —Yo tenía los ojos abiertos como platos—. ¿Estás enamorada de mí?

—Pues claro que sí. —Se rio, pero la carcajada sonó forzada—. Hemos sido amigos toda la vida, y estaría…

—No te referías a eso. —Bajé la voz y se me desbocó el corazón. No podía haberse referido a eso—. Venga, Syd. No iba de eso.

Negó con la cabeza.

—No importa. Tú no…

—No. Lo. Entiendes. —Me dieron ganas de sacudirla. ¿Decía que no era lo bastante buena? ¿Estaba loca? Estaba empezando a pensarlo de verdad, porque era todo lo contrario—. Tú eres mucho mejor que un rollo de una noche, Syd. No puedo hacerte eso. Tú no tienes nada que ver con esas chicas. Te mereces más que eso.

Sydney y Kyler


Volvió a abrir los ojos como platos. Estaba tan cerca que vi cómo aparecían las primeras lágrimas y le resbalaban por la mejilla. Si alguien me hubiera dado un puntapié en los testículos, me habría sentado mejor que verla llorar y saber que la culpa la tenía yo.

Kyler


Dejé de llorar, porque dejé de pensar. Kyler me estaba besando. Después de tantos años preguntándome cómo sería y de desear que llegara ese momento, y por fin me estaba besando.

Y fue un beso tan dulce y tierno que se me metió dentro y me robó el aliento, y después el corazón. Pero Kyler siempre había tenido mi corazón.

Sydney


—¿Y qué más merezco?

Esbozó una sonrisa de medio lado.

—Todo, nena, lo mereces todo.

Sydney y Kyler


Aquello era lento, dulce y perfecto.

Sydney


—Tú no mereces que te follen como si fueras un rollo de una noche. —Me besó la cara interior del muslo, y me derretí—. Tú mereces placer. Todo tendría que girar en torno a ti, siempre.

Kyler


—Quiero hacerlo. No porque sienta que deba hacerlo, sino porque quiero hacerlo.

Sydney


Era todo suyo.

La verdad era que, aunque yo me había acostado con un montón de chicas, siempre había sido de Syd.

Kyler


Me embargó una especie de languidez, pero no me quedé dormido enseguida. Había una parte de mí que no quería dormirse, porque no quería perderme ni una de sus respiraciones.

Kyler


Le miré la cara. No tenía por qué memorizar cada uno de sus delicados y preciosos rasgos, porque ya lo había hecho hacía años.

La manta le había resbalado por el hombro y se la volví a subir. Sonrió mientras dormía, y se me apelmazó el pecho.

Suspiré, me estiré a su lado y la agarré con más fuerza para recolocarla de forma que su cabeza quedara debajo de la mía. No tardé mucho en quedarme dormido. Solo debía de llevar dormido un par de horas cuando me despertó un ruido, pero jamás había dormido tan bien.

Kyler


Joder, cuando ella había hablado de «amor», me quedé completamente prendado.

Ya llevaba bastante tiempo prendado, de hecho.

Kyler


Lo supe en ese preciso momento, cuando estábamos delante de la facultad de ciencias de la universidad: entonces me di cuenta de que la quería. Y no la quería como amiga. O como si fuera una hermana. La quería de una forma que trascendía todas esas cosas. Y estaba enamorado de ella.

Kyler


¿Cómo podía quererme?

No lo entendía.

Y tampoco quería cuestionarlo, por lo menos en ese momento. Tenía, ¿qué?, un día o dos para vivir lo que siempre había querido antes de que la realidad me golpeara en la cara, porque había una cosa que tenía muy clara: había muchas probabilidades de que, cuando Syd se marchara de allí y volviera al mundo real, se diera cuenta de que podía conseguir a alguien mejor que yo. Encontrar un tío que no estuviera a punto de abandonar una carrera con la que se podía ganar muy bien la vida, y que no hubiera pasado los últimos siete años yendo detrás de cualquier chica que no fuera ella.

Kyler


Kyler alzó las cejas y retiró la taza.

—No. Todavía no.

Ladeé la cabeza y fruncí el ceño.

—¿Por qué?

—Ya verás. —Dejó el café y se acercó al borde de nuestra cama improvisada. Se arrodilló delante de mí. Muy despacio, como si tuviera miedo de asustarme, me posó la palma de la mano en la mejilla—. Buenos días.

Me lo quedé mirando un momento, perdida como estaba en el sencillo contacto de su mano en la mejilla.

—¿Buenos días?

Se inclinó hacia delante y pegó la frente a la mía.

—Creo que podemos hacerlo mejor.

Se me desbocó el corazón. Su cercanía era una buena señal, ¿no? Bostecé e intenté no preguntarme si me olería mal el aliento.

—¿Ah, sí?

Asintió y su nariz rozó la mía. Agarré la manta con más fuerza mientras se me hacía un nudo en el estómago.

—Es muy fácil —dijo—. ¿Quieres ver cómo?

—Sí —confesé en un susurro.

Ladeó la cabeza y me besó una de las comisuras de la boca, y después la otra. Me estremecí cuando me acarició el pómulo con el pulgar, y entonces me besó de verdad.

—¿Qué tal así? —preguntó dándome otro beso rápido en los labios—. ¿Ha sido una forma mejor de dar los buenos días?

Como ya no podía hablar, asentí.

Kyler se rio mientras se inclinaba para atrás y cogía la taza. Me la dio y se sentó a mi lado, donde yo me hice polvo en un segundo.

Sydney y Kyler


—¿Cuánto tiempo llevas despierto?

Encogió un hombro.

—Un par de horas. El fuego se estaba apagando y he ido a buscar más troncos.

Tomé otro sorbo. El café instantáneo no estaba tan malo.

—¿Y yo no me he despertado?

—No. Bueno, has hablado un poco en sueños.

Me quedé boquiabierta.

—Oh, no. ¿En serio? ¿Y qué he dicho? Oh, Dios…

—Es una broma. —Me miró por el rabillo del ojo mientras se reía—. No has hablado, en serio, pero por cómo has reaccionado me gustaría que lo hubieras hecho.

Entorné los ojos.

—Qué malo eres.

Sonrió.

—¿Has dormido bien?

—Creo que no había vuelto a dormir tan bien desde la ultima vez que me tomé un tranquilizante.

Volví a ruborizarme al darme cuenta de cómo debía de haber sonado aquello, y agaché la cabeza enseguida para esconderme detrás del pelo.

Kyler guardó silencio un momento.

—Yo igual. Hacía años que no dormía tan bien.

—¿De verdad?

Me atreví a lanzarle una mirada rápida. No sé por qué aquello me parecía tan importante, pero lo era.

Sydney y Kyler


—Gracias por preparar el desayuno.

—No hay de qué. —Me dio un golpecito con el codo—. Come algo. Te he planeado un día genial.

Alcé las cejas.

—¿Ah, sí? ¿Vas a pedirme que salga a despejar la nieve del camino con una pala?

—No. —Cogió una manzana y se recostó con un gesto arrogante—. No vamos a salir para nada, pero sí que habrá bastante actividad física.

Se me calentó la sangre.

—¿En serio?

Me lanzó una mirada traviesa.

—Mira a tu alrededor, Syd. Se te está escapando algo.

Observé el salón y tardé un par de segundos en pillarlo.

—¿Mi ropa? ¿Dónde está mi ropa?

Esbozó una sonrisa que era puro pecado.

—Hoy no vas a necesitar ropa, nena.

Sydney y Kyler


—Entonces, ¿esta manta es lo único que tengo?

—La mayor parte del tiempo.

Me estremecí.

—Vale. ¿Y tú puedes llevar ropa?

Kyler me guiñó el ojo mientras le daba un mordisco a la manzana.

—La mayor parte del tiempo.

—No parece justo, ¿no crees?

Le ardieron los ojos.

—Oh, la cosa estará equilibrada.

¿Era posible llegar a derretirse? Pensé que sí. Su carcajada grave me hizo sonrojar y me concentré en el pequeño bufet para entretenerme comiendo algo.

Sydney y Kyler


Me pegué la manta al pecho y le di la mano que tenía libre. Entrelazó los dedos con los míos y me levantó con asombrosa facilidad. Me rodeó la cintura con el brazo. Esbozó una suave sonrisa y se agachó para pegar la frente a la mía.

—¿Recuerdas nuestro baile del instituto? —preguntó.

Me estrechó la mano con más fuerza, pero no me acercó más a él.

Parpadeé al escuchar aquella pregunta tan inesperada.

—Sí.

—Te prometí un baile. —Cerró los ojos y me pegó la mano a la espalda—.

No cumplí mi promesa.

Negué un poco con la cabeza y me lo quedé mirando.

—Kyler…

Abrió los ojos.

—Nunca llegamos a bailar. Me porté como un imbécil.

Empecé a recordar aquella noche. Yo había ido al baile con Nate, pero Kyler me había prometido un baile. Por muy mal que estuviera, yo había pasado la mayor parte de aquella noche esperando ese baile en lugar de prestarle atención a Nate, pero Kyler se marchó con Betty Holland. Tenían una habitación de hotel. La había oído hablar con sus amigas en el baño.

Volví a negar con la cabeza, me había quedado sin palabras. No podía creer que él se acordara de eso.

—Y voy a compensártelo ahora mismo. —Se puso derecho y me regaló una de sus super sonrisas—. No tenemos música, pero creo que podemos bailar de todas formas.

Noté el ardor de las lágrimas en la garganta y agaché la cabeza. Respiré hondo y asentí.

—Claro que sí.

—Genial —contestó con la voz más ronca que de costumbre.

Sydney y Kyler


Antes de que pudiera contestar, me dio un beso tan dulce y tierno que se me llenaron los ojos de lágrimas. No sabía que alguien podía llegar a besarme de esa forma. Que los besos podían llegar a ser tan arrebatadoramente perfectos que podían destrozarte para siempre.

Sydney


Comprendí en ese momento algo que se me había escapado durante todos aquellos años. El sexo tenía sentido —ya lo creo que lo tenía— cuando se hacía con una persona que significaba algo.

Tenía sentido con Sydney.

Kyler


Después de darnos de comer mutuamente, me trajo la guitarra. Se tumbó a mi lado con las piernas desnudas junto al fuego y me escuchó tocar, y estuve tocando durante horas, parando de vez en cuando para tocarla, besarla, acariciarla.

No me saciaba de ella.

Era como una droga que yo quería seguir consumiendo. Era adicto a las sensaciones que me provocaba y a los sonidos que hacía. Por un momento pensé que quizá las cosas entre nosotros se pondrían raras después de aquellas sesiones de sexo alucinante, y hubo un momento o dos durante los que ninguno de los dos parecía saber qué decir. O quizá los dos quisiéramos decir algo pero no podíamos. Pero pasaron rápido. Todo era como siempre, aunque ahora parecía más claro y mejor. Sí, ya sé que sonaba cursi, pero era la verdad.

De pronto, cada mirada, cada caricia y cada palabra significaban algo más profundo.

Kyler


Es gracioso pensar que, si no terminas una frase en tu cabeza, lo que estás pensando no es verdad. Cosa que es una estupidez, porque el hecho de que el cerebro se tome unas vacaciones repentinas no cambia absolutamente nada.

Estaba enamorado de Syd.

Total, loca e irremediablemente enamorado. Llevaba años enamorado de Syd. Pensé en el tatuaje que me había hecho cuando terminamos el instituto, el que tenía en la espalda, y negué con la cabeza. Quizá no hubiera querido admitirlo antes, y puede que yo fuera un capullo integral por haberme liado con todas esas chicas, pero ya no podía seguir ignorando lo que sentía por ella.

Kyler


¿Habríamos llegado así de lejos si no nos hubiéramos quedado atrapados por la nieve? No lo creía. Yo habría seguido follando con otras tías y ella habría encontrado a alguien que no se dedicara a restregarle a otras chicas por las narices. Alguien que hubiera sido bueno con ella. Alguien con las cosas claras. Que la hubiera tratado como si fuera lo más valioso del mundo. Habría sido un hijo de puta con suerte.

Yo quería ser ese hombre.

Y podía ser ese hombre, si ella me aceptaba.

Kyler


Siempre había sido demasiado cautelosa, y desde el modo en que había acabado todo con Nate había tenido más miedo de dejarme ir, de perder el control y hacer cosas que tuvieran el potencial de acabar doliéndome mucho.

En cierto modo, era como si me hubiera envuelto en una especie de manta de seguridad. Y decirle a Kyler que lo deseaba había sido como quitarme esa manta. Ahora solo tenía que seguir adelante y decírselo todo.

Necesitaba decirle a Kyler que lo quería.

Sydney


—Sí. —Mi voz sonó débil y muy lejana—. Estoy bien.

Pero no lo estaba. Estaba muy lejos de estar bien. El dolor que había sentido en el pecho se estaba deslizando por mis venas y me trepaba por la garganta. Me ardieron los ojos y noté cómo se me entumecía todo el cuerpo.

Sydney


El dolor emocional que me atenazaba era tan potente como el que sentía en el labio y en los músculos de todo el cuerpo, y las heridas internas tardarían muchísimo más en desaparecer que las que, sin duda, me salpicaban la piel. El dolor ascendió hasta un nuevo nivel, y se adentró tan profundamente en mí que supe que sería incapaz de subsanarlo.

Sydney


Me quedé paralizado un segundo. Fue como si el mundo entero me hubiera caído encima. El miedo me estalló en la garganta, tuve la sensación de haber tomado un trago de sangre.

Kyler


Aquello era muy desagradable, pero de una forma retorcida agradecí el dolor. Amortiguaba el ardor que sentía por dentro.

Kyler


—Kyler no ha aparecido por aquí desde que volviste. Ese chico prácticamente vive en esta casa cuando tú estás por aquí. Y no ha pasado por aquí ni una sola vez, y eso es como un aviso de que se acerca el apocalipsis.

Señora Bell


—¿Qué? —Levantó las manos—. Una también puede vivir de las experiencias ajenas, ¿no? O sea, ¿qué chica no querría protagonizar un video pornográfico con Kyler?; así que me muero por saber si de verdad lo hace tan bien.

—Pues sí.

Se me escaparon las palabras antes de poder contenerlas.

Andrea plantó ambas manos en la mesa de golpe.

—Oh, Dios mío, ¿te has acostado con Kyler?

Miré a mi alrededor con las mejillas en llamas.

—Vale. ¿Podemos bajar un poco el volumen?

—Lo siento. Es que estoy muy emocionada. No es que me emocione entender que es evidente que la ha cagado, porque ya sé que no has sido tú quien la ha fastidiado. Ha sido él, siempre es culpa del tío.

Negué con la cabeza y solté el aire. Fue un poco extraño, pero me sentó bien sacar todo aquello. Todavía me dolía mucho y le recé a Dios para no ponerme a llorar como una loca en el restaurante, pero fue un alivio poder verbalizar lo que había ocurrido. Le di una rápida —y poco picante— versión de lo que había pasado, omitiendo los detalles que moriría antes de explicarle a nadie. Andrea se deshizo del camarero cuando se acercó a ver si ya queríamos pedir para que yo acabara de explicarle lo de Sasha y el motivo por el que Zach había empezado a molestarnos.

Cuando terminé me quedé hundida en el reservado, completamente exhausta.

—Así que eso es todo.

Andrea abrió la boca y la cerró varias veces como si fuera un pez fuera del agua.

—Joder…

Sydney y Andrea


Si me aferraba a la rabia solo conseguiría amargarme. Pero tampoco quería ser una persona que diera tanto de sí misma a alguien que no lo merecía, ni quería acabar sin sentirme completa.

Sydney


Desde que Syd se había marchado de Snowshoe, yo había peleado un montón de veces contra la necesidad de llamarla. Lo único que quería era escuchar su voz y verla. Y sí, tenía el corazón destrozado, pero Syd me había dejado las cosas muy claras.

Kyler


El muy desgraciado se sentó al lado de Andrea, que estaba esbozando la mayor y más falsa sonrisa que jamás se haya visto. Claro que yo quería sentarme al lado de Sydney. También quería tocarla, abrazarla y besarla. Y quería hacerle más cosas, cosas que me quitaban el sueño y me hacían vivir en ese estupor de ebriedad con la mano entre las piernas.

Pero estaba seguro de que ella me iba a dar una patada en los testículos.

Necesitaba mantener la calma, y me dije que lo mejor que podía hacer era actuar con normalidad. Y, con eso en mente, me planté al lado de la mesa y miré a Syd.

Un segundo después, ella levantó la vista y me clavó esos enormes ojos azules, y fue como ver a Jesús. Vale. Quizá no fuera como ver a Jesús, pero fue como recibir una descarga en el pecho y escuchar cantar a los ángeles.

Cielo santo. Era preciosa. No era que lo hubiera olvidado, pero, tal como acabaron las cosas entre nosotros, tenía la sensación de que habían pasado años y no días desde la última vez que la había visto. Tenía unos ojos sorprendentemente azules y claros. Impactantes. Por debajo asomaban sendas manchas negras, de un tono un poco más oscuro que su piel. Quería borrárselas, pero me las arreglé para tener las manos quietas. Aunque después le miré los labios y ella los separó para tomar aire. Se le sonrojaron un poco las mejillas y me dieron ganas de perseguir ese rubor con los dedos, la boca, la lengua…

Todos me estaban mirando.

Kyler


—Pero la Navidad significa mucho más que eso. —Andrea negó con la cabeza y sus rizos volaron hacia todas direcciones—. ¿Qué me dices de los regalos?

—Ya, no creo que la Navidad vaya de eso —comenté.

Andrea resopló.

—De eso va la Navidad. Cualquiera que diga lo contrario está intentando hacerse el espiritual y toda esa mierda. Yo soy realista.

Miré a Syd y ella me miró a mí, alzando las cejas. Nos miramos a los ojos y por un momento, por una décima de segundo, las cosas fueron como antes. Los dos allí sentados, viendo cómo Andrea y Tanner se ponían de los nervios el uno al otro. Deberíamos tener palomitas cada vez que se enzarzaban.

Sydney, Kyler y Andrea


…—Me alegro de haberlo soltado. En realidad, es gracias a ti.

    —¿A mí? —graznó.

Tanner ladeó la cabeza alzando las cejas.

Iba a partirle la cara luego.

—Bueno, ya sabes, después de hablar contigo supe que tenía que decirle algo cuanto antes. Tú me diste el valor para hacerlo.

Tanner se atragantó con la comida.

Decididamente, iba a matarlo, pero Syd sonrió, y fue una sonrisa tan intensa y preciosa que quizá Tanner conservara sus testículos después de todo.

—Es genial —dijo—. Me alegro por ti. En serio. Yo sé que es lo que de verdad quieres hacer, y se te va a dar genial.

Noté una presión en el pecho. Tenía tantas cosas que decirle… Ese no era el momento, pero tenía que decir algo, porque estaba a dos segundos de abalanzarme sobre ella.

—¿Qué haces luego?

—Nada —contestó Andrea por ella—. No hace absolutamente nada.

Syd se volvió muy despacio hacia Andrea y a mí me dieron ganas de abrazarla por haber intervenido.

—Pues, si no tienes nada que hacer… —comenté antes de que Syd pudiera decir nada. Syd se volvió hacia mí y tuve la sensación de que todo dependía de aquel minuto. Si decía que no, sabía que se habría terminado. Me puse tenso—. ¿Podemos…?

Sydney, Kyler y Tanner


—…Has debido de pasar una superfase de negación. —Se encogió de hombros—. Aunque tiene sentido, eso de que la hayas estado deseando en secreto y todo eso.

—¿Ah, sí?

Tanner se rio.

—Ya lo creo, tío, no te gustaba ni que la miraran. Te enfadabas incluso cuando la miraba yo. ¿Y cuando fuiste a por Nate? Eso fue una demostración de amistad muy fuerte.

—Cállate —rugí.

Kyler y Tanner


Por una vez en mi vida, no vacilé.

—Sí. La quiero, Tanner. —Joder, era la primera vez que lo decía en voz alta. Me estremecí, tenía la voz apelmazada—. La quiero más que a nada.

—Y entonces, ¿cuál es el problema?

Me lo quedé mirando.

—Me parece que te acabo de dar una lista de todos los problemas que hay.

—Lo que has hecho es una lista de casualidades desafortunadas. Nada que no pueda arreglarse. No has hecho nada imperdonable. Y no ha muerto ninguno de los dos.

Al principio no sabía qué decir.

—Mierda…

Y no se me ocurrió qué más decir.

Kyler y Tanner


—Mucha gente mataría por tener la oportunidad de estar con la persona a la que ama. No la cagues.

Tanner


Lo que necesitaba era perderme en un buen libro, alguno donde hubiera un montón de sexo y desesperación con un increíble final feliz de esos que me hacían amar y odiar el libro al mismo tiempo.

Sydney


Kyler estaba abajo, junto al reno lleno de luces de colores, llevaba un gorro de punto y tenía un brazo levantado. Lanzó la piedra antes de verme.

—¡Mierda!

Salté para atrás justo cuando una piedrecita me pasaba rozando. Dios. Me llevé la mano al corazón desbocado y volví a acercarme a la ventana con cuidado. Me asomé.

Kyler hizo ondear el brazo.

—¡Lo siento!

—No pasa nada. —Aquello era completamente surrealista. Quizá estuviera soñando—. ¿Qué estás haciendo, Kyler?

—Hablar contigo.

—Eso ya lo veo. ¿Por qué…, por qué no me has llamado?

Esa parecía ser la forma más sencilla de hablar conmigo.

Se cambió el peso de pie acurrucado en su chaqueta.

—Necesitaba hablar contigo en persona.

La luz del porche se encendió y yo hice una mueca. Era imposible mantener una conversación mientras él siguiera allí abajo y cuando era evidente que uno de mis padres estaba despierto, o quizá incluso los dos.

—Kyler…

—Espera —gritó—. Voy a subir.

¿Voy a subir? Entonces me di cuenta de que no pensaba entrar por la puerta. Oh, cielos, estaba trepando por el árbol. ¡Se iba a matar! Me asomé a la ventana y de mi boca empezaron a salir pequeñas nubes blancas. Kyler empezó a trepar por el tronco.

—Kyler, ¿estás loco?

—No. Sí. —Se agarró a la primera de las ramas más gruesas. Se puso derecho y miró hacia el suelo con el ceño fruncido—. Vaya, esto es más difícil de lo que recordaba.

Me quedé boquiabierta.

—Quizá deberías bajar y entrar por la puerta como, no sé, ¿como una persona normal?

—Ya casi estoy. —Colocó el pie en una ranura y se empujó hasta la rama que quedaba más cerca de mi ventana. La rodeó con las manos y me miró, tenía las mejillas sonrosadas del frío y le brillaban los ojos a la luz de la luna—. Si me caigo y me rompo el cuello, ¿dirás algo bonito en mi funeral? ¿Algo como «Normalmente, Kyler era más hábil»?

—Oh, Dios mío…

Kyler se rio mientras se impulsaba hasta quedar agachado contra el tronco gigantesco, y se agarró a la rama que tenía encima.

—No te preocupes. Ya estoy.

Clavé la vista en el durísimo suelo cubierto de nieve. Yo no estaba tan segura.

—¿Por qué no has llamado a la puerta?

Ladeó la cabeza, como si no lo hubiera pensado.

—No pensé que fueras a abrirme.

—Claro que hubiera abierto —contesté.

—Ahora ya es demasiado tarde. —Me guiñó el ojo, y me dio un brinco el corazón—. ¿Puedes retirarte un poco?

Reculé y contuve la respiración mientras él se apoyaba en la rama, cosa que hizo que todo el árbol se agitara como si fuera un saco de huesos. Oh, Dios, no podía mirar. Cuando él avanzó por la rama hasta llegar casi a la punta y miró hacia abajo, a mí me dieron ganas de cerrar los ojos. Después, levantó la cabeza y pareció valorar la distancia que quedaba hasta la ventana.

Se me paró el corazón.

—Kyler, no…

Demasiado tarde.

Kyler medio saltó, medio se lanzó por mi ventana abierta. Yo estaba muerta de miedo. Cerré los ojos, me llevé los puños al pecho y solté un gritito. Escuché el ruido de un cuerpo impactando contra la madera y abrí los ojos. Había entrado por la ventana abierta y había aterrizado de pie como si fuera un gato. Se tambaleó y chocó contra mi escritorio, cosa que hizo que se tambaleasen algunos libros y el ordenador.

Sydney y Kyler


Se llevó las manos a los costados y miró a su alrededor antes de mirarme a mí.

—Soy el mejor.

Yo apenas podía respirar.

—Sí.

Alguien llamó a la puerta de mi habitación un segundo antes de abrir. Mi padre asomó la cabeza con los ojos abiertos como platos.

—Solo quería asegurarme de que había llegado vivo.

Asentí y Kyler sonrió.

—Estoy entero.

—Me alegro de verlo. —Mi padre empezó a cerrar la puerta, pero se paró—. La próxima vez, entra por la puerta, Kyler.

—Sí, señor —contestó Kyler.

Mi padre cerró la puerta, negando con la cabeza, y Kyler y yo nos quedamos a solas en mi habitación.

Sydney, Kyler y señor Bell


Se había acabado eso de huir. Nada de esconderse. La vida era imperfecta.

Sydney


Kyler se levantó, se acercó a mí y se arrodilló. Echó la cabeza hacia atrás para poder mirarme a los ojos cuando dijo lo siguiente:

—Nunca me arrepentiré de haberme acostado contigo, Syd. Jamás. Y desearía poder volver atrás y revivir aquellas horas. Me gustaría poder volver atrás y, en lugar de liarme con la primera que pasaba por allí, haberme armado de valor y haberte dicho lo que realmente sentía por ti, lo que siempre he sentido por ti.

Abrí la boca y jadeé, pero no tenía palabras. Estudié su precioso rostro y él me miró a los ojos, fue una mirada abierta y sincera; por fin lo tenía allí delante. Se me estaba hinchando el corazón y tenía la sensación de que me iba a explotar. La esperanza brillaba como la Estrella Polar.

—¿Lo que siempre has sentido por mí?

—Te he amado toda mi vida —dijo mirándome fijamente—. Y te querré durante el resto de lo que queda de ella si tú me dejas, Syd.

Sydney y Kyler


En cuanto pronuncié las palabras, supe que era lo que debía decir. Ya no tenía ninguna duda. Era lo que debería haberle dicho hacía años, desde el momento en que me di cuenta de lo enamorado que estaba de ella. Y era muy probable que ya fuera demasiado tarde, pero me quité un peso de encima. Había dicho la verdad. No esperaba que me bastara con disculparme, pero confesarle cómo me sentía podía abrir una puerta para más adelante. Por lo menos, eso esperaba.

Sydney y Kyler


Ella negó un poco con la cabeza y se le soltaron algunos de los mechones más cortos de la melena. El pelo oscuro le rozaba las sienes y la nuca. Y entonces se inclinó hacia delante. Antes de que yo me diera cuenta de lo que hacía, me cogió de las mejillas con las manos temblorosas.

Vale. Eso era bueno. Aquello iba en una dirección en la que…

—Tengo ganas de estrangularte —dijo con la voz entrecortada.

Bueno, aquello no estaba bien. En absoluto.

—No tienes ni idea de las ganas que tengo de pegarte en este momento —añadió.

Y eso fue peor. Eso no era…

—Te quiero —dijo, y tragó saliva—. Te he querido desde la primera vez que me empujaste en el patio. Te juro que te quiero desde entonces.

—Yo…, ¿qué? —Me la quedé mirando—. ¿Qué acabas de decir?

Syd me besó.

Tenía los labios muy suaves; el gesto fue vacilante y arrebatadoramente propio de Syd, y muy dulce. Respiré su fragancia a través de ese beso, y me la metí dentro. Se me paró el cerebro mientras me deleitaba en su beso, como un perro que se tumba boca arriba para que su dueño lo acaricie. Me levanté sin pensar y la agarré de las caderas. Ella se agarró a mis brazos y me clavó los dedos en el suéter de tal forma que me palpitó todo el cuerpo.

—Dilo otra vez —le supliqué.

Sonrió.

—Te quiero, Kyler.

Sydney y Kyler


Ella se rio y el sonido de su risa me hizo sonreír a mí también. Atrapé ese ligero y feliz sonido con los labios.

Kyler


 A veces las palabras no alcanzan, no consiguen transmitir bien los sentimientos. Y esa era una de esas veces. Así que me acerqué a ella y la besé imprimiendo en ese beso todo lo que sentía por ella, todas las promesas que le había hecho. Cuando me retiré, ella volvía a tener los ojos vidriosos y yo quise lanzar el osito a la otra punta de la habitación y abalanzarme sobre ella.

Kyler


…—Tengo mucha suerte. Ya lo sé. Tengo mucha suerte de tener tu amor.

Se me acercó un poco más y el osito se chafó entre los dos. Me besó como jamás podría hacerlo nadie más, porque se trataba de Syd.

Kyler


Sonreí y le acaricié la espalda; me encantaba la forma que tenía de pegarse a mí, encajando su cuerpo al mío como si estuviéramos hechos el uno para el otro. Qué diantre, creo que era verdad, que estábamos hechos el uno para el otro, y solo había tardado una maldita eternidad en darme cuenta. Pero al final lo hice, y es lo que cuenta.

La quería. Dios, la quería mucho. No podía creerme que hubiera tardado tanto en decírselo. Era un idiota, pero era un idiota con mucha suerte.

Kyler


Desde que era pequeña siempre me había gustado más Nochebuena que Navidad. Esa noche tenía algo, saber lo que aguardaba al día siguiente, de querer que el tiempo pasara rápido y, al mismo tiempo, querer parar el tiempo.

Sydney


Mi madre había sido admiradora del equipo Kyler-Sydney desde que íbamos al instituto, así que lo de vernos juntos debía de haberle alegrado la vida.

A mí, desde luego, sí que me la estaba alegrando.

Sydney


—Ajá —dijo mamá con una mirada cómplice—. No tienes la cabeza en su sitio.

—No —admití mientras metía las galletas en una cesta—. Probablemente no debería estar haciendo esto.

—Tienes que hacerlo. —Mi madre se lavó las manos. Toda la cocina olía al relleno que había hecho para llevarnos—. Tu abuelo le dará un bastonazo a alguien si no le llevamos las galletas.

Valoré las ventajas de poder ver a mi abuelo persiguiendo a todo el mundo con su bastón.

Sydney y señora Bell


Y entonces me puse más contenta de lo que estaba hacía media hora, porque mi padre vino a decirme que Kyler había aparcado al lado de su coche en la entrada. No me había enviado ningún mensaje para avisarme, y no pensaba que lo iba a ver aquella noche, pero me encantaba lo cómodo que se sentía apareciendo de repente.

Tapé el recipiente donde había metido las galletas y corrí por la casa como una loca, casi tiro a mi madre. Abrí la puerta antes de que Kyler pudiera siquiera llamar al timbre y me lancé, literalmente, a sus brazos.

Me cogió en el ultimo segundo, agarrándome de la cintura, y dio un paso atrás para amortiguar el impacto.

—Hola —dijo abrazándome—. Te alegras de verme.

—Siempre me alegro de verte.

Le rodeé el cuello con los brazos mientras resbalaba por su cuerpo hasta tocar el suelo con los pies, y él me posó las manos en la cadera.

Sydney y Kyler


—¿Y si hubiera querido marcharme ahora? Menuda seguridad la tuya. 

Kyler sonrió.

—Quieres estar conmigo. No mientas.

Puse los ojos en blanco.

Sydney y Kyler


—Me alegro de que hayas venido —admití mientras Kyler dejaba la mochila en el suelo y se quitaba la chaqueta y la colgaba en el respaldo del sillón.

Se acercó a mí arrastrando los pies y me cogió de la cintura.

—Ya lo sé.

—Eres un creído.

—Tengo razón.

Me puse de puntillas.

—Bueno, tenía que elegir entre tú y mis abuelos, así que…

—Muy bonito —contestó riéndose, y entonces me besó, me besó de una forma que me dejó sin aliento y me hizo olvidar la Nochebuena, cosa que parecía imposible, pero que él conseguía besándome. Me agarré a sus brazos preguntándome cómo habíamos podido vivir tanto tiempo sin hacer aquello.

Sydney y Kyler


Me quedé mirando el reverso negro aterciopelado de un marco de fotos. Le di la vuelta y solté un suspiro tembloroso. Era un marco de fotos con la frase Esto es para siempre grabada en lo alto. La foto…, bueno, la foto me hizo saltar las lágrimas.

Era una fotografía de Kyler y yo cuando íbamos a tercero. Nuestra escuela había celebrado lo que llamaban El Día de la Amistad, y ese día los amigos tenían que llevar la misma ropa. Kyler y yo posábamos rodeándonos los hombros con los brazos, sonriendo y con sendas camisetas idénticas que mi madre había estampado para la ocasión, y en las que ponía: «Esto es para siempre». Probablemente a Kyler le encantaría olvidar que alguna vez se había puesto una camiseta como esa, y los chicos se habían metido bastante con él, pero yo fui muy feliz aquel día. Y aunque él había protestado antes de ponérsela, al final lo había hecho. No recordaba que nadie nos hubiera hecho una foto, pero allí estaba, un momento supercursi plasmado para siempre.

Sydney


Después, subí la vista por su espalda y me levanté para pasar un dedo por las intrincadas letras de ese tatuaje misterioso que siempre me había fascinado. Kyler me miró por encima del hombro, pero no se apartó.

—¿Qué pone?

Tardó un buen rato en contestar.

—¿De verdad quieres saberlo?

Me tumbé de lado.

—Sí.

Kyler acabó de abrocharse los botones de los vaqueros y se sentó a mi lado.

Se agachó y me besó.

—Me lo hice cuando terminamos el instituto, justo antes del primer año de universidad.

—Ya lo sé.

No acababa de empezar a fijarme en Kyler precisamente. Imprimí ese tatuaje en mi memoria el mismo día que lo vi por primera vez.

Esbozó una sonrisa de medio lado.

—O vas a pensar que es una tontería, o vas a llevarte una sorpresa.

—Ahora tengo mucha curiosidad. Dímelo. —Le di un golpecito en el pecho desnudo—. ¿Por favor?

Se me quedó mirando un momento.

—Está escrito en sánscrito. Pone: «Esto es para siempre».

Se me paró el corazón mientras lo miraba.

—¿Y significa lo que creo que significa?

—Sí, significa lo que crees que significa.

Me llevé la mano al pecho y parpadeé para evitar que se me escaparan las lágrimas.

—¿Te lo hiciste después de que nos graduáramos? ¿Tanto tiempo hace?

—Sí. Tuve la sensación de que era algo con lo que debía comprometerme, ¿sabes? Que lo nuestro, no importaba de qué forma, sería para siempre.

Sydney y Kyler


...—¿Kyler?

Me dio un besito en los labios.

—¿Syd?

—Te quiero. —Guardé silencio un momento y respiré hondo mientras nos mirábamos a los ojos. Vi el mundo entero en sus ojos. Vi nuestro futuro—. Y esto es para siempre.

Sydney y Kyler

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